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Isabella me sonrió, una sonrisa que solía confundir con amistad, ofreciéndome agua y un dulce. Bebí, sin saber que cada trago me arrastraba a una pesadilla, y lo último que recordé fue su extraña sonrisa de triunfo. Desperté golpeada, mi cuerpo magullado y mi mente en un caos, en un cuarto ajeno que olía a tierra y leña. Una mujer robusta me reveló la cruel verdad: Isabella, mi mejor amiga, me había vendido para casarme forzosamente con su hijo, Mateo. Intenté escapar, pero mi cuerpo cedió y fui arrastrada de nuevo, golpeada sin piedad y humillada. "Pagamos por ti, ahora nos perteneces", me siseó Ramona, la supuesta suegra, mientras las lágrimas de impotencia corrían por mis mejillas. Mi grito de "¡AYUDA! ¡SOY SOFÍA REYES! ¡LA NIETA DE ELADIO! ¡ME TIENEN SECUESTRADA!" fue sofocado con brutalidad. Incluso mi primo, Carlos, dudó de mí, y me abandonaron en un oscuro almacén junto a un machete oxidado. La humillación se redobló cuando un hombre gordo y lascivo intentó llevarme, rasgando mi ropa y mi dignidad ante la mirada de todos. Pero justo cuando la desesperación me consumía, una voz clara y resonante rompió el aire: "¿¡Ramona!? ¿¡Qué significa este escándalo en tu casa!?" Era mi abuelo, Don Eladio Reyes. La pesadilla no había terminado, pero para ellos, apenas comenzaba. Pronto descubrirían lo que les costaría meterse con la nieta de Don Eladio, y la verdadera Sofía Reyes estaba a punto de desatar su propia justicia.