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Mi vida era una postal perfecta: un resort de lujo en Cancún, el sol, la música de mariachi, mi pequeña Sofía Jr. riendo en la piscina y mi esposo, Carlos, con esa sonrisa que me hizo creer en los cuentos de hadas. Todo parecía felicidad. Pero esa perfección se hizo añicos cuando Carlos subió al escenario, su sonrisa transformada en una mueca de dolor. Anunció que Sofía Vargas, o sea yo, era infiel. La pantalla gigante mostró un video granulado: una mujer inquietantemente parecida a mí en la cama con un desconocido. El murmullo de la multitud se convirtió en gritos y acusaciones. Para rematar la humillación, mi propia hija, Sofía Jr., se levantó la blusa, revelando horribles moretones y acusándome: "¡Mami es mala! ¡Mami me pega!". Luego, mi padre, Ricardo Vargas, sumó la traición empresarial: "Sofía ha estado robándonos durante años". Las acusaciones cayeron sobre mí como una lluvia de rocas: infidelidad, abuso infantil, desfalco. La gente me atacó, arañó y golpeó. Caí al suelo, viendo a mi familia observarme con un triunfo frío y calculado. No entendía. ¿Por qué me hacían esto? La oscuridad me envolvió. Pero, de repente, desperté. Era mi cama, mi casa en la Ciudad de México. Miré el calendario: 4 de mayo. El día antes de todo. No estaba muerta. Había regresado. Y esta vez, no permitiría que sucediera. Descubriría la verdad y limpiaría mi nombre, para luego cobrar la venganza.