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Recibí mi boleta de calificaciones. Eran puros dieces, me sentía en la cima del mundo, lista para el examen de admisión a la universidad de mis sueños. Pero al llegar a casa, la alegría se desvaneció: mis padres me miraron sin expresión, mi madre apenas dijo que la cena estaba lista. La semana previa al examen, me encerraron, me drogaron, me secuestraron; cada intento de estudiar medicina terminaba en golpizas. No entendía por qué, ¿por qué mis propios padres querrían destruirme así? ¿Qué oscura verdad escondían? Me aferré a la idea de que no eran mis padres, que de algún modo yo no pertenecía a esa pesadilla, mientras la rabia y una pequeña chispa de rebeldía me impulsaban a averiguar qué había en ese maldito folder amarillo que cambiaba a todos.