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La gala benéfica de "Lucha Libre del Sol" era el día para celebrar años de esfuerzo, el momento en que mi esposa, Laura, anunciaría una donación de diez millones de pesos para mi proyecto social. Pero en el escenario, con una sonrisa que no le llegaba a los ojos, Laura prometió cincuenta mil pesos, una miseria, para luego regalarle un coche de lujo y una cadena de oro con un mensaje íntimo a Mateo, un advenedizo que era su protegido y, sospechosamente, quizás algo más. La humillación no paró ahí; al día siguiente, mi equipo, mi familia, recibió notificaciones de deducciones ridículas en sus bonos, un castigo mezquino por su lealtad a mí. ¿Cómo pudo Laura, la mujer con la que compartí una década, la empresaria que valoraba la "visión de negocios", caer tan bajo, cegada por un parásito y su propia codicia? ¿Realmente creyó que podría romper nuestro espíritu y la lealtad que habíamos construido? En ese momento, miré a mi equipo, listos para seguirme a cualquier lado, y supe que era hora de cerrar un capítulo. "Esto se acabó, Laura" , le mandé por mensaje. "Quiero el divorcio" .