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Sofía Romero, reconocida arquitecta en la vibrante Ciudad de México, era el amuleto de la suerte de su prometido, Ricardo, un ambicioso empresario inmobiliario cuya carrera, desde que ella llegó a su vida, se disparó como un cohete. En la cúspide de su éxito, celebrando otro proyecto multimillonario, una sed repentina la llevó a la cocina, donde el filo helado de la voz de Ricardo la detuvo en seco. Escuchó cómo él, con su amante Valeria, planeaba despojar a su propia familia de sus tierras ancestrales en Oaxaca, llamando el compromiso con ella una "fachada" y a Sofía misma un "sacrificio". El vaso de cristal se le resbaló de las manos, el dolor agudo en su pie descalzo fue nada comparado con la agonía de su alma al entender su brutal traición. Estaba embarazada, y ese futuro prometedor se había pulverizado en un abismo de mentiras que la ahogaban sin piedad. Ricardo continuó su farsa, proponiéndole "diseñar su obra maestra" en esas mismas tierras robadas, sin una pizca de remordimiento. Con su corazón roto y la vida de su familia en Oaxaca bajo una amenaza velada y letal, Sofía se vio acorralada en el lujoso penthouse, su prisión de oro. La traición le destrozó el alma, pero el brutal asesinato de "su problema" -su hijo no nato- por parte de Valeria, con la complacencia de Ricardo, encendió en su interior una fría y aterradora sed de venganza. "No significas nada", le había susurrado Valeria, con una risa cruel, "eres un escalón que Ricardo usó para subir". "Hice lo que un amuleto de la suerte hace", le sonrió Sofía a Ricardo, mientras su imperio se derrumbaba a su alrededor. La sangrienta caída le arrebató el aliento, dejándola en el suelo con el inmenso dolor de la pérdida, pero en el caos, una nueva guerrera resurgía de las cenizas.