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El aire denso y cálido de la Ciudad de México de los 90 se pegaba a mi piel, una sensación extraña incluso después de un año. Me había despertado de vuelta en mi cuerpo de dieciocho, pero con todos los recuerdos de una vida de treinta y cinco, una carrera como ingeniera de software y una muerte prematura. La esperanza se encendió cuando descubrí que Ricardo, mi prometido de toda la vida, el hombre al que moriría amando, también había renacido, mostrando una brillantez antinatural que no tenía en el pasado. Creí que esta vez, finalmente podríamos hacerlo bien, evitar los errores y construir el futuro que perdimos. Pero la realidad golpeó como un mazazo cuando, en un escenario público, Ricardo, el hombre que me prometió amor eterno en su lecho de muerte, se arrodilló frente a otra mujer que apenas conocía, María, la "Reina de Belleza" de la fábrica, y le propuso matrimonio, ignorándome por completo. Su voz resonó con una adoración que nunca me había mostrado: "María, desde que te vi, supe que eras la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida. Me has hecho un hombre mejor. ¿Quieres casarte conmigo?" El mundo se hizo añicos. Me di cuenta de que su renacimiento no era para mí; era para conseguir a la mujer que siempre quiso y nunca pudo tener. Lloré hasta que no me quedaron lágrimas, pero en mis ojos devastados, una nueva determinación nació. Esta vez, la historia iba a cambiar.