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No te engañes Elvira, me decía mi mejor amiga Sofía. Raúl, mi prometido, el hombre con el que había compartido quince años de mi vida, me había dejado plantada en nuestro aniversario de compromiso. No era la primera vez. Su asistente me llamó para decirme que tenía una "cena importante de inversionistas" , pero yo sabía que era la misma excusa de siempre para irse con su nueva socia, Isabel. Esa noche, tiré el estofado de res que le encantaba y el pastel de chocolate que horneé con tanto esmero. Cuando Raúl llegó, lleno de condescendencia, creyó que me vería llorar o enfurecerme. Pero no hubo lágrimas, solo una calma helada cuando me dijo que todo había terminado. Creí que la humillación en casa era el límite, pero Isabel, la amante de Raúl, se encargó de llevarla al siguiente nivel. Me tendió una trampa en la oficina, haciéndome parecer celosa y desquiciada, delante de todos. Raúl, sin dudarlo, me despidió de la empresa que yo misma construí. Me arrastraron fuera de la oficina como a una delincuente, con la sonrisa triunfal de Isabel grabada en mi retina. Pero en medio de esa humillación, algo en mí se encendió. No era tristeza, ni rabia... era una determinación fría y afilada. Decidí que no me quedaría así. Que Raúl no sabía a quién acababa de desatar. Y en ese instante, Elvira, la mujer humillada y abandonada, murió. Nació otra Elvira, una que planeó su propia desaparición con una precisión letal. Una que se desharía de sus fantasmas, uno a uno, empezando por aquellos que la habían despreciado.