vista d
andor de las luces de la ciudad pintando patrones abstractos en el blanco impecable. Dormir era un lujo que mi mente ato
La eficiente y canosa administradora de
rmal. "El señor Garza me pidió que le informara que
familiar llamado Isabella Guerra. Asentí, despidiéndola con un gesto de la man
abella, su cabeza acurrucada contra su hombro. Estaban en algún restaurante de lujo, la luz de las velas brillando en sus copas de vino. Debajo de la foto, una leyenda: "Disfrutando d
ngún "asunto familiar urgente". La mentira, tan casual, tan fácil, retorció el cuchillo en mis
ión en la aplicación de mapas. Era la dirección del restaurante. Me levanté de la cama, ignorando
faro de luces suaves y risas ahogadas. Le pagué al conductor y caminé hacia la entrada, mi corazón latiendo a un
tá adentro, con la señorita Guerra". Su tono era deferent
ro prefería. La puerta estaba ligeramente entreabierta, una rendija de luz
burló, su voz lo suficientemente alta como para atravesar la rend
risas siguió a
odos sabemos que siempre has tenido buen ojo para la calidad. Y Sofía...
sabella intervino,
Después de todo lo que has hecho por ella, A
corazón latía con fuerza, pero era un tambor de furi
tracción conveniente, un comodín hasta que pudiera asegurar lo que era mío por derecho. Pero
espesa con una ar
poder, conexiones reales. Sofía aporta
El sonido r
s extravagantes facturas médicas, la forma en que pinté encargo tras encargo, sacrificando mi propia visión artística pa
Me asomé por la rendija y la vi levantarse, copa en mano, movién
"hemos estado juntos mucho más tiempo de lo que ella sospechaba. C
ueve actos de tortura orquestada, con Alejandro como su cómplice silencioso y dispuest
trás, sus ojos encontrán
Incluso cuando se lo dije, siempre fuiste
a través de la estrecha rendija de la puerta. Una son
fía. Aléjate de Alejandro, o te arrepenti
unfo, no notó la mirada siniestra de Isabella. Se tambale
astró las palabras, agitando una mano con
a rabia, pura y estimulante, barrió todo vestigio de dolor. Era un
esgarró de mis entrañas, la lancé, no a él, sino al costoso candelabro de cristal que colgaba sobre su c
en el silencio atónito de la habitación. "¡Bien! ¡Pero prepárate, p
. Su sonrisa de suficiencia vaciló, reemplazada por un dest
minado, Isabell
he fría e implacable. El engaño, la traición, las mentiras, todo quedó al d

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