ada mañana, el médico venía, su rostro una máscara de desapego profesional, y extraía
tada en la cama, mirando el techo, cuando escuché un al
una cuatrimoto nueva y en miniatura. Ginebra los animaba, su ris
lo volviéndose de un gris violáceo. El
o algo a Ginebra y comenzaron a regresar a la cas
vinieron
ntanas y el viento aullaba como un lobo hambriento. Tem
uí afuera. En la to
o de supervivencia se activó. Te
o lo ignoré. La lluvia me empapó hasta los huesos, pegando mi delgada bata de hospital a mi cuerpo.
y caí, una y otra vez, mi cuerpo una masa de agonía temblorosa. Pero seguí adelante,
asta extensión de los terrenos de la finca, una dista
gris y rosa, finalmente llegué a la casa. Me derrumbé contra
cocina, bebiendo café. Esteban le estaba explicando algo en una laptop, su bra
un cuerpo débil como el suyo no tendría ninguna oportunidad. Para cuando algui
se cerró en un puño. La rabia era un fuego en
rta y entré a
ostros un cuadro cómico de
espectral, cubierta de barro y sangre, mi
aje escaleras arriba hacia mi habitación. Tenía que coger mis cosas. Mi pasaporte r
dado. La ropa, las joyas, la vida que había construido para mí, todo e
o de irme, Leo irrum
as? -preguntó, un destello de a
ndo a su lado h
hacia mi tocador y agarró un pequeño objeto envuelto en terciopelo. Era una ca
hilló, su voz llena de una
-susurré, mi
demasiado débil, demasiado lento. Me esquiv
ha abandonándome-. Devuélvemel
e rio. -S
tiendo en mi pecho. Me condujo en una tortuosa persecución
lera, volviéndose para mirarme, sus
do lenta, vie
do y teatral, arrojó la cajita mu
icada porcelana explotando en mil pedazos diminutos.
to fue arranc
s de mi última conexión con mi madre
emp
erzas, me empujó
erpo débil y exhausto. El empuj
razos agitándose, un grit
o borrón de movimiento y dolor mientra
na nueva explosión de agonía. Sentí huesos romperse, escuché un crujido repug
ó mi boca, cál
sangrante. Intenté arrastrarme hacia los restos destrozados de mi cajita m
o impasible. -No deberías haber intentado irte -dijo, su vo
ue me arrastraba. Ni siquiera pude lograr
ento, vi a Esteban y Ginebra apar
na mirada de preocupación en su rostro. Lo es
o. Y Leo, su rostro iluminándose con una n
tros! -anunció-. ¡Dijo que nos odia y q
, reemplazada por una ira helada. Lentamente bajó el teléf
omo esquirlas de hielo, s
ta y aterradora extendiéndose por su rostr
quipo de seguridad. -Enciérrenla en el