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Mi sótano olía a humedad y a desesperación. Llevaba tres años encerrada aquí, desde aquel accidente que me dejó las piernas inútiles. Hoy, mi esposo Ricardo estaba aquí. Pero no para verme a mí. Venía con Camila, la mujer que me había robado todo: mi nombre, mi carrera, mi esposo, y hasta a mi hijo. "Ricardo, mi amor, ¿de verdad tienes que mantenerla aquí? Da un poco de miedo," dijo Camila con una voz falsamente dulce. Él ni siquiera me miró. "Es por tu bien, Cami. Aquí abajo no puede hacerte daño." Me dijo que mi existencia era un fastidio. Apreté los puños. Querían mi corazón, para ella. El Dr. Vargas, su cómplice, lo confirmó. Estaba viva, pero solo hasta que fuera el donante compatible. Al día siguiente, Pedrito, mi hijo, apareció. "Mi mamá Camila dice que eres una mujer mala y que por eso vives aquí." Con un grito de rabia, arrojó el plato de comida al suelo. "¡Esto es para ti, bruja!" Más tarde, Ricardo me soltó la verdad. Mi enfermedad cardíaca congénita era un secreto que él usó para justificar mi encierro. Todo era una farsa. Una jaula para mantenerme "sana" hasta la cirugía. "Lo único que te importa es su vida, no la mía," le dije. Cerré los ojos, recordando nuestra propuesta, nuestro amor. Éramos invencibles, creía yo. Qué tonta fui. "El amor que sentía por ti... se acabó. Ya no existe." Vi una chispa de dolor en su rostro, pero rápidamente la ocultó. Luego, el Dr. Vargas y dos enfermeros entraron. Me ataron a la mesa de operaciones. "No es anestesia. Es un relajante muscular. Ricardo quiere que estés despierta." Sentí el frío metálico del bisturí. Justo entonces, un grito rompió el silencio. "¡PAPÁ, NO! ¡NO LA TOQUEN!" Pedrito estaba en la puerta, sus ojos llenos de horror. Ricardo quedó paralizado. Mi corazón, exhausto, se rindió. Mi alma flotó, observando la escena caótica. Ricardo estaba arrodillado, sollozando. Pedrito lloraba. Un médico real reveló que mi cuerpo mostraba signos de tortura. "Fui yo," susurró Camila, "yo quería que sufriera." Ricardo se abalanzó sobre ella, con odio puro en sus ojos. Volví a la vida, en un hospital real, con mi hermana Elena. Flor, mi sobrina, necesitaba un trasplante de corazón. Por ella, lo haría. "Envíame de vuelta," le pedí al sistema. Y regresé. Ricardo torturaba a Camila, revelando su posesividad. "Si ella no podía ser tuya, preferías tenerla rota y encerrada," gritó Camila. Era tiempo de hacer mi entrada. "Ricardo," dije. Mi voz era fuerte. Él se congeló. "¡Sofía! ¡Estás viva! ¡Sabía que no podías dejarme!" Corrió hacia mí para abrazarme. "No te acerques a mí." Lo miré a los ojos. "Quiero el divorcio." Su alegría se hizo añicos. "Tu amor es veneno, Ricardo. Y yo ya no quiero beberlo." Me di la vuelta. "Prepara los papeles del divorcio. Y prepara a los científicos de tu fundación. Tengo un trabajo para ellos." Era dueña de mi destino. Había vuelto para reclamar lo que era mío.