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La voz del doctor sonó como un eco lejano, aunque estábamos en su pulcro consultorio. "Lo siento mucho, señora Rojas, señor Vargas. Los resultados de los estudios de Camila no son buenos." El doctor nos habló de una cirugía a corazón abierto, de una cifra de dos millones de pesos. Justo lo que teníamos ahorrado, ¿verdad? Al llegar a casa, un olor extraño nos golpeó. Mi suegra, Doña Sofía, irradiaba alegría junto a una estructura metálica y cristales: "¡Es la Torre de Energía Milagrosa! ¡Ximena me los trajo!" Mi corazón se hundió. "El dinero", dijo ella, "bueno, sobre eso..." El saldo de nuestra cuenta era de $1,254.30 pesos. Dos millones y medio de pesos transferidos a "Bienestar Eterno S.A. de C.V.". Ricardo estaba a punto de explotar, pero lo detuve. "No te preocupes, Ricardo. Yo me encargaré. El dinero aparecerá. Confía en mí." Vendí mi departamento de Polanco, mi último refugio. Conseguí cinco millones de pesos. Cuando Ricardo me preguntó "Dios mío, ¿cómo? ¿De dónde sacaste tanto dinero?", yo solo respondí con una sonrisa. "Tenía algunas inversiones de las que no te había hablado." La falsa paz duró tres días. Luego, al volver a casa, encontré la sala llena de cajas de "Bienestar Eterno". Cientos de miles de pesos gastados. "Mamá, le pedí a Elena la tarjeta... y ella me la dio..." Ricardo me gritó: "¿Le diste la tarjeta? ¿Después de lo que pasó? ¿Estás loca?" Respondí serena: "Vendí mi departamento. El dinero que tu madre acaba de gastar... era el último activo que me quedaba en el mundo." Él se derrumbó. Pero yo no le permití culpar a su madre. "Ella te dio la vida. Todo lo que tenemos se lo debemos a ella." Lo dejé paralizado por la confusión. Yo ya tenía un plan. Uno que los acorralaría sin salida.