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El recuerdo de la sangre sobre las sábanas blancas del hospital me perseguía, un eco de la vida donde perdí a mi anhelado bebé. Pero ahora, con los ojos bien abiertos, sentía el sudor frío en mi nuca: había regresado a mi lujosa hacienda, embarazada y con la aterradora habilidad de escuchar los pensamientos más oscuros de los demás. Mi hijastra, la dulce Sofía, me ofreció un té de hierbas que, en su mente, era para "limpiarme por dentro" y librarse de los herederos que me arrebataban a su padre y su fortuna. Fernando, mi esposo, ciego de amor y negación, me creyó paranoica, acusándome de aterrorizar a su hija cuando intenté exponerla. La primera grieta en nuestra confianza se había abierto, y yo ya no era la ingenua Ximena; ahora, llena de una fría determinación, iba a luchar por mi vida y la de mis hijos, sola contra todos.