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Mi prima Camila, siempre un paso detrás, me aconsejaba, "así, prima, ¡siente la música!", mientras mi falda de ensayo volaba. Me decía que no importaba si me equivocaba, lo importante era disfrutarlo. Ella, con su espalda recta y movimientos precisos, practicaba incansablemente para ser la bailarina perfecta. De repente, mi cuento de hadas se rompió cuando mi prometido, Alejandro, llegó con Camila para decir, "Tenemos que terminar. Necesito a alguien que encaje con la imagen que quiero proyectar. Camila y yo nos vamos a casar." Vi la traición en sus ojos. Mi prometido y mi prima, la que me animó a ser yo misma, ahora juntos. Alejandro me despreció, diciendo que mi "estilo de vida" y mi "figura" no "encajaban" con su marca, humillándome frente a mis padres. Camila fingió arrepentimiento, ofreciéndose a sacrificarse, consolidando su imagen de víctima y la suya de la que se llevaba a todos por delante. Era como si mi felicidad fuera su objetivo a destruir. Todos sus supuestos consejos de "sé tú misma", de disfrutar la comida y no preocuparme por mi peso, se revelaron como un elaborado plan para sabotearme. Me di cuenta de que Camila me había estado engordando, haciéndome dependiente e ingenua, para que yo fuera la candidata perfecta para su rechazo. Ella había estado jugando una partida de ajedrez muy larga, y yo, confiada, nunca me di cuenta de que era el peón sacrificial. Mientras ellos se regodeaban en su supuesta victoria, algo se encendió dentro de mí. Una fría y clara resolución me invadió. Con una calma que los desarmó, les dije: "Acepto terminar el compromiso. No hay nada más que discutir". Sabía que este era solo el comienzo.