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El teléfono sonó, interrumpiendo un día que ya era una pesadilla, mi pequeño Ricardo, herido en un accidente, y yo al borde de un ataque de nervios en el hospital. Pero lo peor no era el accidente, sino lo que escuché a escondidas en un pasillo: mi esposo Mateo y mi hija Valentina, riendo, tramando. No era preocupación lo que sentían por Ricardo, sino un despreciable plan para usar su dolor y mi culpa en el accidente, en mi contra, para robarme el legado familiar: mi taller de cerámica. Mi corazón se hizo pedazos mientras escuchaba sus palabras, confirmando que este "accidente" había sido orquestado, no solo para quedarse con mis bienes, sino también para ocultar un oscuro secreto de hace cinco años, que estaba a punto de descubrir. ¿Cómo era posible que las dos personas en las que más confiaba, fueran capaces de tanta maldad? Pero no me iba a derrumbar, no esta vez, la guerra apenas empezaba, y esta vez, yo jugaría con mis propias reglas, y ellos ni siquiera lo verían venir.