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Tras dos años de matrimonio, Sadie por fin estaba embarazada, llena de esperanza y alegría. Pero su corazón rompió cuando Noah le pidió el divorcio. Durante un atentado fallido contra su vida, Sadie se encontró tendida en un charco de sangre, llamando desesperadamente a Noah para pedirle que la salvara a ella y al bebé. Pero sus llamadas quedaron sin respuesta. Destrozada por su traición, abandonó el país. Pasó el tiempo y Sadie estaba a punto de casarse por segunda vez. Noah apareció enloquecido y cayó de rodillas. "¿Cómo te atreves a casarte con otro después de haber dado a luz a mi hijo?".
"Mmm...", murmuró suavemente Sadie Hudson, abriendo los ojos, solo para encontrarse con una intensa mirada.
Noah Wall, su marido, había regresado; en ese momento, despedía un ligero olor a alcohol.
Él selló su reencuentro con un beso dominante, que su esposa se vio obligada a aceptar con renuncia.
Por su parte, ella sintió que la inquietud la invadía e intentó retroceder.
"Quédate quieta", retumbó la profunda y seductora voz del hombre, teñida de un encanto cautivador al que era difícil resistirse.
Por un momento, Sadie se tensó, mientras en su interior se debatía entre luchar o rendirse.
Ese día celebraban su segundo aniversario, y ella decidió no arruinarle el ánimo. Por eso suspiró, cerró los ojos y se derritió en su abrazo.
El fuerte aroma de la colonia del hombre enmascaraba el olor a alcohol y la chica se sintió envuelta por esa fragancia, que atravesaba su corazón con su potente atractivo.
En los ojos de Noah apareció el deseo, apenas vio que su cónyuge cedía; de hecho, sus acciones se volvieron cada vez más atrevidas.
Sadie estaba a punto de recuperar la compostura, cuando un jadeo salió de los labios de la chica; luego, suplicó con fragilidad: "Por favor, no seas tan brusco... porque yo...".
No pudo revelarle que estaba embarazada, pues justo en ese momento sonó el celular del hombre, rompiendo la densa tensión y cortando de golpe el momento íntimo entre ellos.
En las pupilas de Noah todavía ardía la pasión, hasta que vio la pantalla de su celular. Acto seguido, se levantó y comenzó a vestirse, sin que sus movimientos delataran nada del fervor que lo había invadido momentos atrás.
"¿Te vas?", preguntó Sadie, con una mezcla de confusión y preocupación, mientras apretaba con más fuerza su camisón.
"Sí", respondió él, con un tono casual y distante, que insinuaba que no respondería más preguntas.
"Pero...".
"Vuélvete a dormir", la interrumpió su marido. Momentos después, se inclinó hacia delante y le plantó un beso en la frente a su esposa, en lo que fue un gesto tierno, pero fugaz.
Luego, sin mirar atrás, salió del cuarto.
Sadie se quedó viendo la puerta después de su partida, con el corazón apesadumbrado. Se convenció de que se había ido para atender una emergencia del trabajo.
Sabía que siempre tenía que ser comprensiva, pues si mostraba la mínima señal de molestia, él se alejaría aún más.
Después de todo, ella lo había amado durante una década y el convertirse en su esposa era un sueño hecho realidad, así que no podía esperar más de su relación.
Con eso en mente, suspiró, se refrescó rápidamente y regresó a la cama, con una mano sobre su vientre. Con una sonrisa esperanzadora en el rostro, dijo: "Cariño, papá no quiso dejarnos solos. Así que, por favor, no se lo reproches, ¿de acuerdo?".
Apenas había pronunciado esas palabras cuando su celular vibró, por culpa de una alerta de noticias. El sonido la sobresaltó.
"El director ejecutivo de Grupo Wall fue visto en el aeropuerto a altas horas de la noche, supuestamente para recoger a su misteriosa novia", decía el titular.
Este iba acompañado de una imagen de Noah en la entrada de la terminal privada del aeropuerto, vestido con un traje negro. Su postura era impecable e irradiaba una innegable autoridad; además, su mirada era suave y transmitía una calidez que Sadie nunca había visto antes.
La sorpresa cruzó el rostro de la mujer, mientras su corazón latía dolorosamente en su pecho; la dura sensación estuvo a punto de robarle el aliento. Le costó un esfuerzo considerable recuperar la compostura. Aferrándose a una pizca de esperanza, abrió el enlace, con dedos temblorosos.
Justo como temía, un rostro familiar apareció en la pantalla: Kyla Wade. La mujer a la que aparentemente Noah no podía olvidar había vuelto a su vida.
Esa revelación le causó un escalofrío a Sadie, mientras una profunda tristeza se instalaba en lo más profundo de su corazón. De hecho, tuvo que apretar con fuerza los dientes para contener sus gritos.
El recuerdo de cómo había comenzado su matrimonio era demasiado doloroso para revivirlo.
Dos años antes, justo cuando Kyla y Noah planeaban su futuro juntos, ella desapareció de repente, sin dejar rastro.
Él estaba en un momento crítico, a punto de asegurar su puesto como presidente de la junta directiva, así que necesitaba con urgencia una esposa dócil. Sadie, conocida por su inquebrantable devoción hacia él y proveniente de una familia en decadencia, era la candidata ideal. De hecho, durante los últimos dos años, ella había sido una esposa sumisa, siempre sintiéndose indigna, como si la alegría que experimentaba en ese matrimonio nunca hubiera estado realmente destinada para ella.
La ilusión de la mujer se había hecho añicos el día anterior, cuando descubrió que estaba embarazada.
Ambos habían sido meticulosos para evitar un embarazo, a excepción de una noche el mes pasado. Noah había llegado tambaleándose hasta su casa, apestando a alcohol después de una cena de negocios. Completamente borracho, se entregó a la pasión.
Ese descuido había acabado en un embarazo y ahora Sadie vivía atormentada con la incertidumbre de cómo darle la noticia a su esposo, pues temía que él le exigiera que abortara.
En el fondo, sabía que ella no era la mujer que él amaba.
La mujer seguía sumida en un torbellino de ansiedad, pero la voz de Noah, proveniente del estudio, la sacó de sus pensamientos. ¿Había regresado tan rápido?
Sin dudarlo se levantó, se puso un abrigo sobre los hombros y se dirigió hacia allá.
Justo cuando se acercaba a la puerta, la juguetona voz de Alex Howe, un amigo de su esposo, llegó hasta sus oídos. "¿De verdad pasaste toda la noche con Kyla?".
'Así que es verdad. Él pasó toda la noche con ella', pensó la chica, con el corazón apesadumbrado.
"Ajá", respondió Noah, con una voz vacía de cualquier emoción discernible.
"Entonces, ¿qué opinas de Sadie? Después de dos años como marido y mujer, no vas a decir que ella no significa nada para ti, ¿verdad?", preguntó Alex, suavizando su tono por la preocupación. "¿Si te das cuenta de que ella es realmente extraordinaria? Si no logras ver su valor, seguramente alguien más lo hará y tú solo podrás arrepentirte".
"Solo siento un poco de culpa", respondió Noah, con voz fría y distante, como si estuviera discutiendo algo trivial. "Si estás enamorado de ella, tal vez debería ser yo quien intente emparejarlos. Pero ya hablando en serio, ¿no deberías volver a trabajar? No te entretengas más y vete".
Cuando Sadie comprendió que lo único que sentía su amado hacia ella era culpa, las lágrimas brotaron de sus ojos. Acto seguido, todavía temblando, apartó su mano del pomo de la puerta.
Todo estaba dolorosamente claro: Noah nunca la había amado. De hecho, parecía que en lo más profundo de su corazón ella era solo una nimiedad insignificante que podía entregar fácilmente a otra persona.
La desolación de esa revelación le provocó un escalofrío a la despechada.
Sadie se dio rápidamente la vuelta y se dirigió sin dudarlo al santuario del jardín, con su corazón latiendo salvajemente.
Una vez allí, se acurrucó: enterró su rostro en sus rodillas, mientras sus lágrimas distorsionaban el mundo que la rodeaba.
De golpe, los recuerdos del día que conoció a Noah, diez años atrás, la invadieron.
En ese entonces, él era el epítome del encanto y la vitalidad, además de que había nacido en el privilegio; por supuesto, se había robado el corazón de todas las chicas en la escuela. En contraste, la familia de Sadie había caído recientemente en desgracia, lo que la hacía una presa fácil para las burlas.
Noah intervino para defenderla: sus palabras eran como escudos que obligaron a los demás a retroceder.
En esos difíciles momentos, él había sido su salvador, su ángel.
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