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Seis años. Seis años borrada del mapa, convertida en un fantasma, todo por una misión que me arrebató hasta el rostro. Pero había vuelto. Volvía a México para recuperar lo único que me mantenía viva: a mi hija, Isabella. Desde la distancia, en la entrada del colegio más exclusivo, el "Instituto Cumbres", vi a tres figuras conocidas. Ricardo, mi prometido. Javier, mi compañero de armas. Miguel, a quien veía como un hermano. Mi corazón se desbocó de alegría... hasta que vi a quién corrían a abrazar. Era Camila, una mocosa mimada que humillaba a otra chica. "¡Papi Ricardo! Esta estúpida me tiró el jugo encima a propósito", chilló Camila. Mis oídos zumbaban. ¿"Papi Ricardo"? ¿Quién era esta niña? Busqué a Isabella entre la multitud, desesperada, pero no la encontré. Javier, el que protegía mi espalda, miró con desdén a la chica agredida. Miguel le limpiaba una imperceptible mancha a Camila. "Elena", la llamó Javier. La tal "Elena" era delgada, esquelética, con un uniforme desgastado. La secretaria de Ricardo me confirmó que "Isabella Morales" estaba perfectamente y que Ricardo la estaba recogiendo de la escuela. Mi sangre se heló. Si Camila era "Isabella"... ¿quién era Elena? Vi a Camila pisotear la manzana de Elena, mientras Ricardo, Javier y Miguel reían. La dejaron tirada, humillada y sola. Fue entonces cuando la vi. En la forma en que su mandíbula se apretaba para no llorar, vi el rostro de su padre. El padre de Isabella. Y luego, Guadalupe, la nana de Isabella, apareció, más opulenta que nunca. "¡Muévete, inútil!" le espetó a Elena, abofeteándola. "¡Eres la hija de una ladrona y una muerta de hambre!" En los ojos de Elena, en su dolor y su desafío, mi alma se partió. No era un parecido. No era un fantasma. ¡Era mi hija! ¡Mi Isabella! La furia helada me poseyó. La agente que fui despertó. "¡SUÉLTALA!" grité, saliendo de mi escondite. No sabía qué había pasado en estos seis años, pero juraba que iba a quemar el mundo entero para recuperar a mi hija. Esto no se quedaría así.