Allison se mordía los labios, pero ni así logró contener un grito ahogado que escapó de su garganta. Por su parte, él le dio una última y poderosa embestida, sacando la pasión que llevaba mucho tiempo acumulada.
Los dos se aferraron en el éxtasis postcoital. Se quedaron juntos mientras los resabios del placer los abandonaban lentamente.
"Derek, tu abuelo volvió a insinuar que es hora de que tengamos un bebé", murmuró ella en la oscuridad, con una voz suave y firme, impregnada de una intimidad persistente, mientras entrelazaba los dedos con los de su esposo.
En ese momento, podía sentir el cálido aliento del hombre contra su oído; de hecho, cada una de sus exhalaciones le causaba escalofríos.
"¿Un bebé?", repitió Derek Evans, con una sonrisa juguetona, mientras le acariciaba suavemente el cuello.
Allison no podía ver el rostro del otro, pero el hecho de que él no hubiera rechazado la idea de inmediato hizo que una frágil esperanza se instalara en su corazón. "Sí. Todavía soy joven, así que recuperarme en este momento del parto sería mucho más fácil para mí. Y tendría sentido que empezáramos a tener niños pronto, especialmente si decidimos que queremos más en el futuro".
Derek, que segundos antes le había estado acariciando el pelo, de repente bajó su mano hasta su rostro y le apretó con fuerza la barbilla, dejándole una marca roja sobre la piel.
"¿Entonces planeas atarme con un hijo? Qué patético".
Esas palabras, frías y cortantes, la golpearon. Sin detenerse, él se apartó bruscamente, dejándola sola y exhausta en la cama.
Allison sintió que el pánico la invadía al ver la reacción de su amado, así que se apresuró a desdecirse: "Fue una sugerencia de tu abuelo, no mía...".
El silencio se prolongó insoportablemente, antes de que Derek finalmente hablara de nuevo, en un tono bajo y cortante: "Ni se te ocurra aparecerte en la cena familiar mañana".
"¿Por qué no?", preguntó ella, visiblemente confundida, girándose para verlo. Se preguntó si él se había enojado tanto solo por la mención del bebé.
Mañana sería su tercer aniversario de bodas; toda la familia Evans se reuniría en la casa de su abuelo.
"Kaylyn ha regresado", respondió el joven.
En la densa oscuridad, solo el contorno de su rostro era tenuemente visible.
Tras decir eso, las luces del techo se encendieron, iluminándolo todo con su frío resplandor.
El primer instinto de Allison fue jalar las sábanas para cubrir su desnudez, mientras se le quedaba viendo, boquiabierta.
Derek no le dirigió ni una sola mirada. Salió de la cama, completamente desnudo, y se dirigió al baño. Segundos después, el constante sonido del agua fluyendo llenó la habitación.
Allison sintió un peso invisible instalándose en su pecho, seguido de un dolor tenso y ensordecedor. Se quedó inmóvil, aún aferrándose a la manta. En sus oídos resonaba el agua cayendo, mientras viejos recuerdos cruzaban por su mente.
Tres años antes, había sufrido una grave lesión. Glenn Evans, el abuelo de Derek, intervino y la salvó. Cuando finalmente se recuperó, el anciano solo le pidió una cosa: que se casara con su nieto, quien había caído en coma tras un devastador accidente automovilístico.
Agradecida por la bondad de Glenn y desesperada por mantener oculto su paradero, la joven aceptó sin protestar y firmó el contrato matrimonial que la uniría con Derek por tres años. Cuando el tiempo acordado terminara, ambos decidirían si permanecer juntos o separarse.
Desde entonces, ella asumió el papel de la esposa de Derek y lo cuidó con una dedicación inquebrantable. Fue gracias a eso que él finalmente abrió los ojos.
En algún momento, Allison se enamoró de su esposo.
Aunque llevaban tres años casados, el tiempo real que habían pasado juntos era aproximadamente de un año y medio. Y Derek nunca fingió: su corazón siempre le había pertenecido a su primer amor, Kaylyn Stevens.
Fue Glenn quien le contó a Allison que, en el momento en que su nieto cayó en coma, Kaylyn no perdió tiempo y se fue inmediatamente del país. Aunque aseguró que lo hacía para cumplir su sueño de convertirse en diseñadora de moda, la realidad era muy diferente: anduvo con uno y otro hombre, sin mirar atrás ni una sola vez.
Ahora, por algún cruel giro del destino, el final de su contrato matrimonial coincidía exactamente con el regreso de Kaylyn.
Tres años de cuidados, tiernas palabras al oído y pequeños gestos de devoción no podían compararse con el lugar que Kaylyn tenía en el corazón de Derek. De hecho, ninguna cantidad de amor podría ablandar ese corazón que ya tenía dueña.
El agua finalmente se detuvo, permitiendo que un silencio inquietante llenara el aire. Un momento después, la puerta del baño se abrió y Derek salió, con una toalla colgada descuidadamente alrededor de sus caderas.
Cada detalle de su cuerpo parecía esculpido con perfección: era delgado y poderoso, con músculos definidos, piernas largas. Allison había llegado a conocer ese físico de formas muy íntimas.
Él miró hacia la cama y frunció ligeramente el ceño al darse cuenta de que ella se había quedado allí, inmóvil.
Cruzó la habitación, abrió el clóset y sacó una impecable camisa blanca y un pantalón ajustado. Con movimientos lentos y precisos, dejó caer la toalla y se vistió; se abrochó cada botón con una facilidad practicada.
"Dile al abuelo que no te sientes bien y que no asistirás a la cena familiar", indicó Derek, con un tono distante.
A pesar de las perfectas líneas de su rostro y los ángulos afilados de su perfil, no había nada cálido en él. Parecía que cada una de las sílabas que pronunciaba atravesaban el aire, haciendo que la recámara estuviera más fría.
De repente se detuvo y, como si se hubiera acordado de algo, se inclinó para rebuscar en el bolsillo de su saco, que estaba sobre la silla. De allí sacó una pequeña caja de pastillas y la arrojó, sin ceremonia, sobre la cama.
"Asegúrate de tomar tus anticonceptivos".
Allison miró con pesadez la caja. Cuando finalmente habló, su voz sonó áspera y ronca. "Lo sé".
No importaba cuántas veces estuvieran juntos; Derek siempre se aseguraba de que su esposa se tomara las pastillas después, para no dejar ningún margen de error.
Glenn había estado insistiendo en que ella quedara embarazada no solo para unirla a Derek, sino también para mantenerla en la familia Evans.
Con la mayoría de las personas, el joven apenas disimulaba su falta de interés. Solo dos habían logrado romper ese muro: su abuelo y Kaylyn.
"Ya es hora de terminar con este matrimonio", declaró Derek, tras abotonarse por completo la camisa. Acto seguido, abrió bruscamente un cajón de la mesita de noche, sacó un documento y lo dejó caer sobre la cama, justo frente a su esposa. "Fírmalo. Después de eso, tú y yo habremos terminado".
En la parte superior de los papeles se leían las palabras: "Acuerdo de Divorcio". Estas se clavaron en el pecho de Allison como un hierro candente. Con una mano temblorosa, ella agarró el documento y le pareció que los bordes de las hojas le cortaban la piel, como si quisieran lastimarla.