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Hoy, mi cuento de hadas se desmoronó con una sola llamada: la "luz de luna blanca" de mi esposo había regresado y estaba con él en Mendoza. Mi corazón se apretó, sabiendo que mi abandono de la danza y mi pasión por la enología solo por él habían sido en vano; mis llamadas y mensajes habían quedado sin respuesta. La ironía de verme, ahora con el sobre de fertilidad en mi mesilla, me quemaba mientras recibía el mensaje "De acuerdo" a mi propuesta de divorcio. Pero el golpe fatal llegó al intentar viajar a Mendoza: el jet que regalé a Iván, "El Cierzo", había despegado con él y Tessa Dawson a bordo, confirmando mi mayor temor. No. No otra vez. Entonces, el olor a cera, el lamento de una guitarra flamenca, y la imagen de mi yo más joven, vestida de rojo, bailando en la Feria de Abril, me indicaron que el destino me había dado una segunda oportunidad. Con el dolor de una vida entera en mis ojos, lo miré, sabiendo que el sol de Triana no me quemaría esta vez, porque ahora, yo era el sol.