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El olor a metal y sangre llenaba mis pulmones, la vida se me escapaba segundo a segundo. Frente a mí, a través del parabrisas destrozado, vi a mi prometido, Diego, sacar a la otra mujer, Sofía, del coche, susurrándole palabras de amor que nunca me dedicó. Ni una sola vez miró en mi dirección, ni una sola vez se preocupó por saber si yo, Elena, su prometida, seguía viva. En ese momento, una voz fría y mecánica resonó en mi cabeza: "[El papel de la antagonista, Elena, ha concluido. La historia principal puede continuar sin obstáculos.]". ¿Antagonista? ¿Mi vida entera, mi amor, mi dolor, no eran más que el papel de una villana en la historia de amor de otros? Los recuerdos me golpearon: mi devoción ciega por Diego, impulsando su carrera con la fortuna de mi familia, mientras él me usaba como una herramienta. Luego Sofía, la "dulce" diseñadora que se convirtió en su "amor verdadero", y yo en la villana, la celosa, la obsesiva Elena. Pero lo peor vino después del accidente: Diego me retuvo prisionera, tratando de forzarme a cooperar con su plan. Y entonces, con crueldad indescriptible, mató a Coco, mi inocente perro, golpeándolo con un jarrón, dejándome sola con su cuerpo inerte. Esa escena me abrió los ojos: mi vida entera era una farsa orquestada, y yo, un simple obstáculo en su "final feliz", destinada a la destrucción. "Se acabó", les dije a mis padres, mi voz rota, aferrándome a la vida de Coco. "Me voy de aquí. Me voy lejos de él". Ahora, con una segunda oportunidad, ¿podría reescribir mi destino y encontrar mi propia felicidad, lejos de una historia donde yo era la villana condenada?