/0/17395/coverbig.jpg?v=2b377ac6bc1c5ec9bdd5fe7fabc8277f)
Mi matrimonio con Mateo Vargas era mi cuento de hadas personal, un refugio de la sombra de mi carismática hermana, Isabela. Pero la muerte de su gemelo, Lucas, llevó a la matriarca del clan a forzar a Mateo a un pacto retorcido para perpetuar su linaje con Isabela, y esa noche, descubrí a mi héroe en la cama con mi propia hermana. Su pública "lealtad" resultó ser una farsa, mientras yo me marchitaba, invisible en mi propio hogar, y mi madre me abofeteaba culpándome por una supuesta caída de Isabela, con Mateo abandonándome para priorizar a mi hermana. En el hospital, lo escuché susurrarle a Isabela que su bebé era "nuestro hijo", y sentí mi corazón romperse en mil pedazos. No era "el hijo de Lucas", ni "mi sobrino"; fue nuestro hijo, una palabra que me atravesó dejándome un vacío helado y la certeza de una traición absoluta. ¿Cómo pude ser tan ingenua ante su manipulación y la crueldad de mi propia familia, a quienes les importaba más el linaje que mi propia felicidad? Mi amor por él murió en ese instante, transformándose en una determinación inquebrantable de venganza. Él había firmado, sin saberlo, mi libertad, y me dirigí a Sevilla, no para huir, sino para preparar la dosis amarga de su propia medicina.