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Durante ocho años, el taller de "Guitarras del Sur" fue mi hogar, un lugar donde mis manos creaban magia y el aire olía a cedro y barniz. Pero la llegada de Isabel, mi jefa, con su arrogancia y la de su "director de innovación" de veinteañero, lo cambió todo. Mi salario ridículo no se movía, me humillaban públicamente, me despojaron de mi espacio y se burlaban de mi valor, mientras mis ocho años de lealtad se convertían en meras cadenas. Cuando el sobrino inútil de Isabel arruinó una guitarra invaluable y me culpó, ella, ciega por la furia, me despidió sin piedad y exigió que pagara los daños con mi miserable sueldo. ¿Cómo era posible que mi pasión, mi arte y mi devoción fueran pisoteados así, mientras una estúpida y una impostora destruían el legado de mi mentor? Esa misma tarde, mientras barría los restos de la madera, tomé la decisión de que nunca más me arrodillaría: mi renuncia sería el primer acorde de una nueva sinfonía.