radora. Parecía un depredador que acababa de ver a su presa escapar. El guardia de
roso que vibró a través del pavimento. El guardia me solt
eaba, pero me negué a mostrar miedo. "¿Qué quieres?", escupí, mi voz teñida de veneno. "¿
ó mi provocación. "¿A dónde vas, Abril?". Su voz era engañosame
unto a él hacia el taxi que esperaba. Pero se movió más rápi
os cerrándose alrededor de mi muñeca. Su agarre era firme, n
tando de alejarme. "He solicitado el
o tiene voz en esto". Prácticamente me arrastró haci
en su antebrazo, pero ni siquiera se inmutó. Simplemente ignoró mis pr
e contra la puerta. El guardia de seguridad saltó al asiento del conduc
ionado contra el cuero frío, mi rostro a centímetros de
oreja. Su olor, una mezcla de colonia cara y algo
n que construiste para mí?", me burlé. "
suya. Sus ojos eran oscuros, intensos, y en sus profundidades, vi un hambre cruda que me envió un esc
saqueando los míos con una fuerza brutal que me robó el aliento. Me debatí contra él, mis manos empujando su pecho, pero era
lando con una mezcla de furia y algo que me negaba a nombrar. "¡Animal!", ahogué, limpiánd
a ir". Su pulgar rozó mi labio hinchado, un gesto posesivo que me erizó la piel. "Te lo ad
las palabras arrancadas de mi garganta. "¡Me lo juraste, Damián! ¡Juraste que n
enetrable volviendo a su lugar. "La salud de Brenda es delicada. Nec
para un fin? ¿Una dispensadora de medicamentos glorificada? ¿Eso es todo lo que soy par
, su aliento caliente contra mi mejilla. "¿Querías pasión, Abril? ¿Querías fuego? ¿Querías que te viera?". Su voz era un gruñido bajo, teñido
, un eco sombrío de nuestra unión forzada. Mi cuerpo se tensó, resistiendo, incluso cuando una parte traicioner
a pasar por mis labios magullados. "No te dejaré. No se
iento? No pude decirlo. "Estás cansada, Abril", dijo, su voz sorprendentemente suave, desmintiendo el
arrastrada por hombres de traje, mientras tu padre mira, impasible, calculando el costo de sus honorarios legales". El recuerdo, crudo y vívido, me atravesó. Mi madre, mi her
ndidades. Su agarre en mis muñecas se aflojó ligeramente. No sabía nada de mi
ó, su voz más suave a
el dinero, que me amaba a mí más que a la sociedad. Mi padre la encerró cuando se volvió demasi
mplazada por una resolución endurecida. Apretó su agarre de nuevo. "Abril, no entiendes. No dejaré que eso te pase a ti.
No tu esposa, no tu sistema de entrega de medicamentos, no tu proyecto! Y nunca, ja
heredero, Abril. Tendrás a mis hijos. Y tendrán una vida mejor que cualqui
puladora?", me burlé, mi voz goteando desdén. "¿Crees que crearía otro reh
a desesperación en sus ojos, pero fue rápidamente enmasca
casi en el penthouse. ¿Y ahora qué? Mientras entrábamos en el estacionamiento subterr
mujer, aguda y frenética, cor
en
abiertos de terror. De alguna manera había encontrado el camino hasta aquí. Nos vi
¿Damián? ¿Qué estás haciendo con e
lojó por completo. Abrió la puerta de golpe, prácticamente saltando del coche. "¡Brenda! ¿Qué estás haciendo aq
pensé que estabas con ella". Señaló con un dedo tembloroso hacia mí, las lágrimas cor
amente angustiado, dividido entre las dos, pero su lealtad era clara. "Solo estaba
ndo en sus brazos. "¡La vi! ¡Te estaba grit
Abril adentro. Asegúrate de que esté instalada. Estaré allí en breve", ordenó a su guardia de seguridad, su voz plana, desprovista de cualquier calidez. Luego,
. La chica salvaje, la que se suponía que debía domar, se quedó sola, un objeto olvidado en el opulento gara

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