vista d
mo un par de tortolitos, su afecto forzado una exhibición constante y enfermiza. Creían que habían ganado. Creían que
ternura que solía ser mía. Carla a menudo se colgaba de Javier, su mano acariciando su creciente vientre, un símbolo triunf
do ventaja), hice mi movimiento. Sabía que su estudio era su santuario, lleno de sus secretos más guardados. Mi objetivo: su computadora portát
ta". La pantalla parpadeó, revelando sus archivos meticulosamente organizados. No tardé mucho. Sus comunicaciones con el Dr. Miller, registros detallados de mis medicamentos, instrucciones veladas para "manejar las complicacio
a quemando. Seguí el olor, mi corazón acelerándose. Me llevó al patio trase
bios. Estaba arrojando cosas al fuego, una por una. Objetos pequeños y familiares. Mis materiales de arte. Mis preciados diarios.
eshaciéndome de todas las cosas viejas y tristes. ¡Fuera lo viejo, adentro lo nuevo, verdad? -Arrojó otro objeto a
tenencias -dije, mi voz pl
un favor, cariño. Ayudándote a seguir adelante. -Su mirada parpadeó hacia la pequeña manta de bebé de marfil que apretaba en mi mano. La que ha
arrebató la manta de las manos y, con un
ima pieza tangible de mis hijos perdidos, un símbolo de mi maternidad destrozada. Me abalanc
a ardiente, retirando un pequeño fragmento chamuscado. Era todo lo que
os silenciosos. Las lágrimas corrían por mi rostro, calientes e interminables. Est
es, Elena. Llora todo. Finalmente estás viendo las cosas con claridad.
siseé, mi voz baja y temblorosa de furia desatada. Con un repentino estallido de fuerza, me
ar en par por la sorpresa. Tropezó hacia atrás, tropezando con sus
dose la mejilla-. ¡Me pegaste! ¡L
emar mis recuerdos, mi dolor, mi alma misma? ¿Crees que simplemente puedes ganar? -Me arrodillé a su lado, mi voz un susurro furioso-. ¿Lo sentiste
mostraron un destello de miedo gen
emasiado estúpida para darme cuenta. Demasiado débil para contraatacar. Pensaron que podían simplemente tomar lo que querían, dejándo
o contra mi agarre-. ¡Te arrepenti
entí un dolor punzante, pero no la solté. En cambio,
ruñí-. Lo desprecio. Y te desprecio a t
a, resbaló, y ella liberó su brazo. En su desesperado intento de escapar, tropezó hacia atrás, sus pies enganchándose en una losa suelta. Se tambaleó por un
l aire. Carla yacía al pie de los escal
rla, luego a mí, sus ojos ardiendo con una furia furiosa y asesina. -¡¿Qué h
a sollozar, agarrándose el estómago. -¡Javier! ¡
de mi bebé! -grité, mi voz ronca, señalando las volutas de humo que
o que me heló la sangre. -Eres verdaderamente una mujer trastornada, Elena. Me das asco. Eres un peligro para todos los que te rodean. -Tomó a Carla en sus brazos, su cab
ontrándose con los míos por encima de su hombro. Una
fría y justa. Él había elegido. Siempre la había eleg
. Te arrepentirás de esto. Te arrepentirás de traicionarme. Te arrepentirás d
espaldas a mí. Ni siquier
de la cirugía reciente. Se abrió, un nuevo chorro de sangre
ndo la respiración. Esto era todo. El acto fina
te, se había extinguido. Reemplazado por un odio
e de Carla fue lo último que vi antes de que
todavía en mi mano, mi sangre acumulándose a mi alrededo
frías, dejando un rastro carmesí detrás de mí. Lo último que escuché ante
terminado. Apena

GOOGLE PLAY