iva de Gr
stalló con
e los suyos, Carmine, se desplomaba contra el suelo húmedo del callejón. El caos
-gritó Dante, arrastrand
oscada limpia, rápida. Demasiado precisa. Tenían a alguien que hablaba. Greco l
brió mientras respondía con fuego. Greco, con los nudillos apretados sobre la culata de su Beretta
el paso. -La voz de
amos
s nos ma
rutas, aliados posibles. Si llegaban al callejón detrás del taller de Vit
uenta d
ás l
Greco
rie
ridos. Greco disparaba sin mirar. Matteo cubría su espalda. Llegaron al portón metálico,
erráneo con sangre en la ropa y
e los Serran
-
de la Via Tiziano, Dante ar
lo o alguien cercano. Si no lo de
n la zona industrial, donde sabían que los Serrano se escondían con
que sigue entre nosotros. Mientras tanto, prepara un contraataque. Quie
tió, la qu
te. Esto no era solo una guerra. Era una declaració
-
mbres, sin armas visibles. La lluvia caía como si el cielo llorará por ellos.
lago casi le pareció una burla. El silencio allí era d
en la terraza, vestida de negro
rlo directamente-. Vienes
do en el q
egiste mantener. ¡Tu pa
se t
do por lecc
tengas un hijo! Una esposa. Alguien que te mire con ojos limp
o tiempo
tu legado se muere contigo. Ya hay bastante sangre en nuest
ensó en
miedo. Su voz temblorosa. Era frágil, pero no débil y cada vez
encontré -confe
por primera vez, con a
das. Ni por orgullo,
-
ue de los Serrano seguía en sus oídos. El eco de las palabras de su abuela lo zarandeaba por dentro. Una guerra afuera. Un conflicto
queda de alma. No po
siones vendrían pronto.
TARDE ESA M
el almacén abandonado en los márgenes del puerto, mientras Matteo desplegaba sobre la mesa un plano con marcas rojas, azules y negras. La guerra c
e-. Uno de los nuestros. Riccardo. Le me
n muchacho joven, apenas entrado en la organizació
estado solo -dij
o miró
uí estamos, porque alguien les quemó dos almacene
ntamente la c
la
metida hasta los dientes. No cuando tu nombre empieza a sonar en los lugares
encendedor de plata que llevaba siempre encima. Un rega
más bajo-. Y tú estás distraído.
en sus gestos en las miradas perdidas. En cóm
llama? -
finalmente-. Ni lo sabrá. El
mientras le llueven amen
el puño. El eco resonó en el almacén vacío. S
voy a meter en esto pero si esos bast
ara que los Serrano nos
de una explosión rompió la calma. Una onda sísmica leve hi
e en Montesanto! ¡Un
a, su pistola y salió. La noche
-
tos, gente corriendo, sirenas en la distancia. Y el humo
su grupo ya intentaban apagar el fuego desde adentro uno
s? -grit
por ahora! ¡Fueron los Serrano,
una bofetada. El suelo crujía. Reconocía cada rincón, cada mesa. Allí se
, empapado en
-dijo Dante-. Vamos a dejar de jugar a la defensi
eco
Ha
que no se atrevía a decir en voz alta:
-
ombres. Alrededor de la mesa estaban los leales. Los antiguos. Los jóven
ás antiguo. Herido a nuestros hombres. No podemos seguir
ejos, don Silvano
cuerdos? ¿Te olvidas de
o pusieron una bomba. Quie
no podía detenerlo. Solo acompa
eamos quemamos todo. Pero no matamos a nadie que no sea una amenaza directa
ación. El nombre aún pesa
-
da era fuego líquido. Al llegar, todo ocurrió en minutos. Explosivos colocados. Guardias neutralizados. Alarmas falsas en comisarías para desviar patrullas. Fuego, gritos, sombras, el humo era más espes
-
de amanecer, Dante
piden cuentas? Si Donn
lo dejó
lo sabe y aún a
osa, un hijo, un legado. ¿Y qué tienes ahora? Una
la mirada en
sea lo que la
argo rato. Lueg
batalla hacia la próxima pérdida y detrás de ellos, las cenizas

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