o con una altura antinatural, el espesor evitaba que los halos de sol entrasen por sus aberturas y sumía el tranquilo bosque
luz solar iluminaba con intensidad y aquellas gotas de rocío aún persistentes en las tiras de
aro en épocas de invierno que no fuera ocupado por alguna especie de este bosque, no estaban ahí para cazar ni mucho menos ser cazados, solo disfrutaban del diminuto soplo que el bosque les daba y que el calor del sol les brindaba. En estos momentos, donde
l entendimiento brillo tras sus agudos ojos logrando que sus patas volvieran hacia la inmensidad del bosque y rodeara el claro, su velocidad aumentó temeroso de que aquel astuto animal lograse aprovechar su momento de lucidez y escapase. El correteo es
pico de su especie y se embarcó en la búsqueda del blanquecino ser, cada vez que lograba encontrarlo y acorralarlo, la liebre siempre lograba conseguir escapar e irse hasta el otro extremo. Así pasó el tiempo, el cachorro se fue cansa
o hizo mas que quedarse estoico en su lugar, con el corazón bombeando con tal fuerza que podría salirse de su pequeño pecho. Cuando el cachorro de lobo se acercó a él, una sombra tan negra como la oscuridad brotó de alguna
o suyo. Algo pesado cayó al suelo, del charco de sangre salió un sonido de chispoteo y el cuerpo irreconocible del cachorro se dejó ver. Sin embargo, no era el cuerpo sagaz y hábil de aquella cría de lobo quien c
as y apoderarse de los coloridos peces que nadaban en un intento desesperado de escapar de ellos, uno de los peces saltó y fue directo a la boca de un
lobeznos, hasta que un cambio en el ambiente lo obligó a abrir los ojos; grandes orbes violáceos miraron con atención el camino frente suyo. La oscuridad que emanaba del bosque parecía caer en picada, el ambiente se tornó frío y espeso, los cachorros dejaron de hurgar en el
a moverse, tan lento que las garras del lobo se clavaron en la tierra con impaciencia y sus ojos brillaron con furia, aquella lentitud solo mostraba burla. El cuerpo del lobo tembló, aunque su ira empezaba a acumularse al igual que su impaciencia, no era estúpid
gar y con la promesa de que no se metería en problemas, decidió dejarlo deam
acontecimientos ocurrieron con demasiada rapidez, ni siquiera sus desarrollados sentidos y velocidad lograron seguirle el ritmo a aquella sombra. Uno de los cachorros soltó un alarido de dolor, el lobo giró su cabeza y sus grandes fauces
os lobeznos yacían en el sangriento suelo, inmóviles; sus pelajes fueron cambiados a la fuerza por sus pieles humanas y uno de ellos, el más pequeño, quedó a mitad de la metamorfosis dando una visión incluso más cruel. El aire cam
ón. A lo lejos escuchó los aullidos casi inaudibles de sus compañeros, el hombre intentó mover sus extremidades y acercarse a los pequeños cuerpos, pero estirones dolorosos empezaron a inundar su desbaratado cuerpo, similar a miles de agujas introduci