Quería volver a ver a su madre, a Ivan, a sus amigos de la universidad; quería volver a ver el mundo, salir a un centro comercial.
su última opción era apelar por la empatía de esa chica–. Yo no q
cuando sintió que Katya estaba a pu
la no quería hacerlo–. Y sabes que no puedo liberarte. No solo porque es una orden de Egan, sino porque también estás muy comprometida con nosotros: haz v
buscaba a tientas algo que sostener entre sus manos, la ansiedad la
otros, tampoco creo que Egan te lo vaya
abía creado frente a ella, pudo escuchar un pequeña flaqueza de debilidad e
n el asiento del auto y tratando de controlar cad
año. –Reiteró Sylvana d
rostro, cuello y escote. Debía verse gris y temblorosa, pero se había mental
iltraba por la venda en los ojos de Katya, por lo que supuso que ya era de noche. Las puertas del auto se abrieron y cerraron, poco después la suya también se ab
y sentir. Hasta lis momentos podía oír murmullos indistintos de otros sicarios de Egan, la voz de Sylvana no la podía oír
también chocaba contra su rostro y brazos desnudos. Podía sentir el césped acariciarle las ro
camente y las gotas de sudor comenzaron a acumularse en la frente y la nuca de Katya. Los sicarios de Egan la tenían tomada por los codos, pero e
pitido estridente en su cerebro. Era tan duro de oír que se sentía a poco de colapsar en
intentó encogerse lo más que pudo sobre sí mism
estaban en una bodega subterránea, que era muy parecida a los calabozos de paredes de metal oxidado, lleno de jaulas como una cárce
rente a ellos. Cuando vio la mirada entristecida de Sylvana,
ó arrastrarla hasta la jaula con poco esfuerzo. Una vez él salió, Katya se quedó encerrada y sola tras los barrotes oxidados y moh
torchas que iluminaban el lugar. Parecía estar aún adolorido por sus heridas, pero al menos podía caminar sin ayuda. Aunque eso n
e ingresara a través de los barrotes, la bolsa que había empacado Katya. Ella inm
dinero en efectivo –Egan se encogió de hombros–. Solo por si
sos, sucios y malolientes, bajaban sus cabezas ante Egan, Katya se aseguró
tampoco aceptaría, para que te quede malditamente claro, algo como esto. –Señaló la húmeda celda en la que e
rió con
lvaras –dijo rascándose la herida por encima de las ven
media vuelta y caminó, sin mirar
y deseó tener algo que golpear y destruir muy fuerte. E
ras que la separaban de él–. ¡Debí haberte dejado morir en la mesa! ¡Eres un maldito cabía insinuado que
ersonas malas: eran de