Decidí ir a la gala de la empresa y usar mi embarazo para salvarnos. Pero su amante, Celine, apareció primero, afirmando también estar embarazada.
Frente a todos, mi suegra la abrazó, llamándola la verdadera madre del próximo heredero. Le dio a Celine el collar de la familia que se había negado a dejarme usar el día de mi propia boda.
Más tarde, Celine me empujó. Caí, y un dolor agudo y desgarrador me atravesó el abdomen. Estaba sangrando en el suelo, perdiendo a nuestro bebé milagro. Le rogué a Hernán que me ayudara.
Me miró, fastidiado.
-Deja de hacer tanto drama -dijo, antes de darme la espalda para consolar a su amante.
Pero mientras mi mundo se oscurecía, otro hombre corrió a mi lado. Mi mayor rival, Atilio Ríos. Fue él quien me levantó en sus brazos y me llevó a toda prisa al hospital.
Cuando desperté, sin el bebé y con mi mundo en cenizas, él seguía allí. Me miró y me hizo una oferta. Una alianza. La oportunidad de arrebatarles todo a los hombres que nos habían hecho daño y quemar sus imperios hasta los cimientos.
Capítulo 1
La prueba de embarazo positiva descansaba sobre la encimera de mármol de nuestro baño, una cruz azul, perfecta e imposible. Toqué mi vientre plano. Después de dos años de inyecciones, citas y silenciosos desengaños, por fin era real. Una vida diminuta, un secreto que solo compartía con los accesorios de porcelana blanca y cromo.
Imaginé contárselo a Hernán. Su rostro, la forma en que sus ojos se iluminarían. Él era la cara carismática de Helios Innovaciones, nuestro sueño de tecnología verde. Yo era el cerebro, la científica que hacía realidad sus grandes promesas. Éramos un equipo, en el laboratorio y en la vida. Este bebé sería nuestro mayor proyecto en conjunto.
Mi celular vibró sobre el mostrador. Un número desconocido.
Un archivo de video.
Mi pulgar se detuvo sobre la pantalla. Probablemente spam. Pero una sensación helada me recorrió la espalda. Presioné play.
El video era granulado, grabado desde el otro lado de un restaurante. Hernán estaba allí, su perfil familiar nítido incluso en la penumbra. Se reía, inclinado sobre una mesa. Y entonces una mujer se acercó, sus labios encontrándose con los de él.
No era un beso amistoso. Era profundo, hambriento. La cámara hizo zoom. La mano de Hernán estaba en la pierna de ella, muy arriba en su muslo. El mundo se tambaleó. Se me cortó la respiración. No conocía a esa mujer, pero era hermosa de una manera que gritaba "internet". Maquillaje perfecto, cabello estilizado, un vestido que parecía hecho de dinero.
Reconocí el anillo en su dedo. Una serpiente llamativa, incrustada de diamantes. Lo había visto antes, en algún feed de Instagram que Hernán estaba viendo. Celine Luna. Una modelo. Una influencer. Una mujer con dos millones de seguidores y una sonrisa vacía y cruel.
Mi celular vibró de nuevo. Esta vez era mi mejor amiga, Maya.
-¿Kendra? ¿Estás bien? La junta del consejo es en una hora.
Su voz era un salvavidas en la repentina y silenciosa tormenta de mi cabeza.
Forcé mi propia voz a funcionar, a sonar normal.
-Bien. Solo un poco retrasada. Ya voy para allá.
-Suenas rara.
-Solo estoy cansada -mentí, la palabra sabiendo a cenizas-. Es un día importante.
Colgué antes de que pudiera hacer más preguntas. Mi reflejo me devolvió la mirada desde el espejo. Kendra Sáenz, la brillante científica, cofundadora de una empresa multimillonaria. Una mujer que controlaba la energía geotérmica pero no podía controlar su propia vida.
Me deslicé por la pared de azulejo frío, mis piernas cediendo. La prueba de embarazo yacía en el suelo a mi lado. La perfecta cruz azul se burlaba de mí. Un sollozo brotó de mi garganta, crudo y feo.
Toda nuestra vida era una mentira. Diez años. Desde novios universitarios en un dormitorio apretado, soñando con cambiar el mundo, hasta esto. Este penthouse en San Pedro, esta empresa, esta... traición. Habíamos construido un imperio de la nada. Lo teníamos todo. Una casa hermosa, un negocio exitoso, un futuro que brillaba.
Todo lo que siempre había querido, además de nuestro trabajo, era un hijo. Una familia.
Los años de fertilización in vitro fueron un infierno privado. Las inyecciones de hormonas que me hacían sentir loca, los procedimientos invasivos, la aplastante decepción cada mes. Hernán me había tomado de la mano durante todo el proceso. Me había secado las lágrimas. Me había dicho: "Saldremos de esto, Ken. Somos nosotros contra el mundo".
¿Estaba con ella entonces? ¿La estaba tocando, besando, mientras yo estaba en casa inyectándome otra ronda de esperanza?
La alegría de hace unos momentos se agrió en algo venenoso. Un solo día perfecto, destrozado. Me encontré tratando de racionalizarlo. Un error. Algo de una sola vez. Hombres como Hernán, poderosos y guapos, tenían tentaciones. Podíamos arreglar esto. Teníamos que hacerlo.
Necesitaba verlo. Escucharlo negarlo.
Esperé. Los minutos se convirtieron en una hora. Las luces de la ciudad fuera de nuestros ventanales de piso a techo parpadearon, una por una, indiferentes.
La puerta principal finalmente se abrió. Hernán entró, aflojándose la corbata.
Se veía perfecto, como siempre. Su traje era a la medida, su cabello impecable. Pero ahora lo veía. El ligero brillo de sudor en su frente. El leve sonrojo en sus mejillas. Un rasguño diminuto, casi invisible, en su cuello, justo por encima del cuello de la camisa.
-Hola -dijo, su voz suave como el whisky-. Perdón por llegar tarde. Los inversionistas estaban implacables.
Me mantuve firme, con los brazos cruzados.
-¿Dónde estabas, Hernán?
Hizo una pausa, su sonrisa vacilando por un segundo.
-Te lo acabo de decir. Una reunión con el grupo Bainbridge. Se alargó. -Caminó hacia mí, con los brazos abiertos para un abrazo.
-No -dije, mi voz plana-. ¿Quién es Celine Luna?
Se congeló. La máscara carismática se cayó, reemplazada por un destello de pánico. Intentó cubrirlo, intentó reírse.
-¿Quién? No sé de qué estás hablando.
-La modelo de Instagram, Hernán. La del anillo de serpiente.
Su rostro se puso pálido. Se pasó una mano por su cabello perfecto, desordenándolo. Se hundió en el borde de nuestro sofá hecho a medida, la viva imagen de un hombre torturado. Fue una buena actuación.
-Ken, no es lo que piensas.
-¿Entonces qué es? -insistí, mi voz temblando.
No me miraba. Se llevó la cabeza a las manos.
-Es mi madre -murmuró-. Ha estado encima de mí durante meses. Sobre nosotros. Sobre... ya sabes.
Se refería al bebé. Al heredero. A Gertrudis Morales, su madre fría y esnob, nunca le había caído bien. Yo venía de una familia de clase trabajadora, una chica becada. No era lo suficientemente buena para su precioso hijo. Y mi incapacidad para darle un nieto era, a sus ojos, mi fracaso definitivo.
-Me agota, Ken -dijo Hernán, su voz cargada de un dolor falso-. La presión es inmensa. Yo solo... necesitaba un escape. No significó nada.
Casi le creí. Quería hacerlo. Mi corazón dolía por el hombre que pensé que era, el hombre que se estaba doblando bajo el peso de las expectativas de su familia. Nuestra empresa, nuestro sueño compartido, dependía de nosotros. Un escándalo destruiría todo lo que habíamos construido. Un divorcio sería un desastre.
Así que tomé una decisión calculada. Mantendría mis cartas cerca de mi pecho.
-Está bien -dije, la palabra sintiéndose extraña en mi boca-. Está bien, Hernán.
Levantó la vista, sus ojos abiertos de alivio. Corrió hacia mí, atrayéndome a sus brazos. Me sentí rígida contra él, una estatua de hielo.
-Tenemos la gala de beneficencia este fin de semana -dijo, sus labios contra mi cabello-. Tenemos que ir. Tenemos que vernos perfectos. Por los inversionistas. Por mi madre.
-Bien -susurré.
Jugaría el papel de la esposa perfecta y comprensiva. Iría a la gala. Y allí le contaría lo del bebé. Frente a su madre. Frente a todos. Nuestro bebé. Nuestro milagro. Eso lo arreglaría. Tenía que hacerlo.
Todavía podía salvar esto. Todavía podíamos ser una familia.
Mientras me abrazaba, mi celular, todavía en mi mano, vibró una vez más. Miré la pantalla. Otro mensaje del mismo número desconocido.
No era un video esta vez. Era una captura de pantalla de una transferencia bancaria. De una cuenta de Helios Innovaciones que no reconocía. Una transferencia de quinientos mil dólares.
A Celine Luna.