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Mi plan era sencillo: secuestrarla, cobrar el rescate para salvar a mi hermana Lupita, y desaparecer. Pero Sofía del Castillo, la hija del rey del tequila, resultó ser la víctima más extraña y desesperante que uno pudiera imaginar. En seis horas, intentó suicidarse tres veces, y luego, con una calma espeluznante, sugerir que si moría, me facilitaría el trabajo. Lo que no sabía es que la policía me identificó como "El Chacal", un asesino a sangre fría buscado por crímenes que jamás cometí. El pánico me paralizó, y yo, Miguel "El Lobo" Ramírez, el secuestrador, me encontré llorando a los pies de mi rehén. Ella se rió. "Eres un pésimo secuestrador, Lobo". Pero en medio de mi desesperación, Sofía me confesó su propia batalla: "Tengo una enfermedad, Miguel. Trastorno límite de la personalidad. A veces, el mundo se siente... demasiado." Decido confiar en ella, liberándola de sus ataduras, solo para descubrir que pudo haberse librado en cualquier momento. Nuestro "secuestro" se convirtió en una extraña alianza, que me llevó al hospital para ver a Lupita, solo para regresar a la cabaña y encontrar a Sofía con mi mochila azul, llena de ropa y pato confitado. "Fui a mi casa", dijo con la mayor naturalidad. "¿Ya te ibas?". El verdadero "Chacal", el asesino que la policía cree que soy yo, la secuestró, atrapándonos a Sofía, al Dr. Vargas, y a mí. Pero en la oscuridad, Sofía usó un pasador de pelo para liberarse, y luego nos liberó a nosotros, escapando bajo una lluvia de balas. Cuando la policía nos rodeó, con Sofía herida en mis brazos, lo que dijo me dejó sin aliento: "Él es mi novio. Estábamos... jugando". Así, lo que empezó como un plan desesperado por salvar a mi hermana, nos llevó a un caos inesperado, donde una víctima "loca" y un secuestrador "torpe" encontramos un extraño consuelo y un nuevo comienzo.