o, o al menos eso p
scate, pagar el tratamien
n la única silla de mi cabaña ruinosa,
lmente
tequila, Don Ricardo del Castillo. Lo sabía porque pasé
iódico o revista de chismes mencio
a manera lind
de ve
ras y ya había intentad
rle un trapo en la boca, y ella me miró con unos ojos que no eran de miedo,
y la detuve, mi rodilla mala gritando de dolor. Ella se desplomó en mis bra
e las cuerdas que le ataban las muñecas, como si q
grité, mi voz sonando más
inchados y un trozo de fibra d
n una calma espeluznante. "Si me muero, n
itaba "¡El Lobo! ¡El Lobo!". Era fuerte, era rápido. Ahora solo era un hombre corpu
scientos cincu
vivir comiendo frijol
mi herma
dentro, poco a poco. Los doctores dijeron que había un tratamiento nuevo, uno caro. Tres
vertido en un secuestrador de primera, con una víctima que pa
lemente hermosa. Tenía el pelo largo y negro como la noche, la piel blanca y unos ojos enormes y oscuros que parecían co
r rudo, como un verdadero secues
te y me miró. Una pequeña so
preguntó con la misma naturalida
edé h
e", respondí, mi
Sería un fav
", espeté, más para conven
acia adelante tanto como las cuerdas se lo permitían. "Entonces, si quieres el dinero
aché hasta que nuestros rostros quedaron a centímetros de
s conmigo,
no pa
o", susurró. "Es
Sofía del Castillo había sido el peor