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El peso del velo era más ligero que la promesa a mis padres moribundos: "Cásate con un Mendoza. Protegerán nuestro legado, te protegerán a ti." Justo en el altar, el prometido que me impusieron, Ricardo Mendoza, detuvo la boda. Se trajo a una vidente exótica, Elena, para una "bendición especial". Fui humillada públicamente, reducida a espectadora en mi propio día. Javier, el hermanastro bohemio, intervino defendiéndome. Pero Ricardo nos acusó de tener una aventura. Bebimos un vaso de agua "para calmar los nervios" en la biblioteca. Desperté drogada, en un sótano, con Javier. Delirando, él murmuró: "Sofía, te amo... no dejaré que te hagan daño". Me casé con él ese mismo día, creyendo en su amor. Quedé embarazada, y la esperanza me llenó. Un accidente orquestado casi lo mata. Para salvarlo, usé mi don ancestral, sacrificando a mi hijo nonato. "No podrás tener más embarazos", me dijeron. Pero volví a quedar embarazada, seis veces más. Seis veces perdí a mis bebés. Un día, escuché a Javier y Ricardo en un restaurante. "Necesitamos que siga intentándolo. Elena necesita esa esencia vital de los niños". Sentí cómo el mundo se derrumbaba. Mis hijos no fueron accidentales. Y tampoco mi "amoroso" matrimonio con Javier. Fui usada como un recipiente, un sacrificio para mantener viva a una desconocida. El dolor fue insoportable, pero la mujer ingenua murió. Y la venganza, nació en mí.