/0/18369/coverbig.jpg?v=91f8c2d3865ff9b5747e9b9ecb75c26a)
Sofía regresó a casa, a su México querido, con el peso de dos años de sudor y esperanza en su bolsa, anhelando el reencuentro con Mateo y el futuro que habían soñado para "El Sazón de la Abuela". Pero la taquería, en lugar de recibirla con el familiar aroma a cilantro y carne asada, la ahogó con un silencio fúnebre que presagiaba la catástrofe. Mateo, de rodillas, con los ojos hinchados por el llanto, susurró la verdad devastadora: "Lo perdí todo". Doscientos mil pesos para la operación de su abuela; cien mil de las ganancias de la taquería; el futuro de Lupita... todo desvanecido en una noche por una estúpida partida de cartas con unos depredadores llamados "El Buitre" y "La Hiena" . El suelo se abrió bajo los pies de Sofía, y la esperanza que traía de un país ajeno se transformó en una crueldad abrumadora. ¿Cómo era posible que todo se hubiera esfumado así, por la ingenuidad de él? Mateo imploraba perdón, Doña Carmen pedía clemencia, Lupita lloraba inconsolable, pero Sofía escuchó una voz diferente, una que venía de un pasado que había intentado enterrar. Una frialdad extraña la invadió, una calma escalofriante. Miró el dinero que le quedaba, apenas cien mil pesos, fruto de su propio exilio voluntario. Extendió los billetes hacia Mateo, cuya desesperación era evidente al gritarle: "¡Estás loca! ¡Es una trampa! ¡Te quitarán hasta el último centavo!" . Pero la decisión de Sofía era inquebrantable, tan súbita como un relámpago. "Es para comprar mi entrada a esa partida", sentenció, con una voz plana y sin emoción. Porque sabía que no era mala suerte, sino un timo. Y a los cazadores, no se les denuncia. Se les caza de vuelta.