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La resaca me martillaba la cabeza, pero la pesadilla apenas comenzaba. Desperté confundido en mi cama, la luz del sol cegándome y la resaca asfixiándome. Mi videojuego, "Conquista Azteca", era un éxito rotundo, pero algo andaba mal. Busqué a "El Jefe", mi chihuahua macho, mi mejor amigo. Pero en su lugar, una perrita extraña me miraba con ojos saltones. "Esa no es El Jefe," le dije a Sofía, mi novia. Ella y mis tíos, mis segundos padres, me miraron como si hubiera perdido la razón. "¡Ricky, la borrachera te afectó!" "Nuestra perra siempre ha sido 'La Jefa', hembra." Pronto, la perrita quedó inerte en mis manos. El horror me invadió al escuchar a Sofía gritar: "¡Asesino! ¡Mataste a mi hija!" El video del vecino, viralizado, me convirtió en #LordMataPerros. Mi abuelo, el magnate del tequila, me desheredó. Fui arrestado por crueldad animal, sintiendo el frío de la celda. Estaba condenado, por un crimen que no cometí, por una perra que no era mía, mientras El Jefe, mi verdadero perro, desaparecía. Al día siguiente, con el mismo dolor de cabeza y la misma luz de sol, abrí los ojos. Ahí estaba. La perrita chihuahua, dormida a mis pies, viva. La fiesta de lanzamiento acababa de empezar de nuevo, y con ella, mi segunda oportunidad.