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La puerta se abrió de golpe, y con ella, mi vida se hizo pedazos. Javier, mi Javier, el hombre que juró protegerme y que era el padre de mi hijo nonato, estaba irreconocible, transformado en una bestia furiosa. Me acusó de la traición más vil: entregar a mi propia hermana, Isabella, a Rodrigo, mi ex y su rival, usando información confidencial sobre sus rutas. El golpe en mi mejilla fue el inicio de un infierno, una bofetada que no solo me dolió la piel, sino que me rompió el alma. "¡Mientes!", gritó, y el mundo se congeló. Mis súplicas cayeron en oídos sordos mientras me arrebataba brutalmente lo más preciado. Vi la aguja, sentí el pinchazo, y el horror se materializó: mi vientre, mi hijo, nuestra esperanza, desaparecía en una agonía indescriptible. ¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Y por qué? ¿Por qué la crueldad no tenía límites? Al despertar, el vacío insoportable en mi vientre era un agujero negro que devoraba cada centímetro de mi ser. Él no solo me había quitado a mi hijo, sino que me había condenado a una tortura aún mayor. Me obligó a ser la "incubadora" para la hermana clonada de Rodrigo, la misma persona que me había arrastrado a este abismo. Atada, mutilada y sin voz, me negaron incluso la liberación de la muerte. Aquí, ahora, en este infierno terrenal, mi dolor se convirtió en una fría promesa.