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La música llenaba el salón, pero para Sofía, cada nota era la banda sonora de la noche perfecta que había planeado durante meses, el aniversario de la empresa que construyó con Mateo, su prometido. En su bolso, la prueba de embarazo confirmaba que su vida estaba a punto de cambiar para siempre. Pero su sonrisa se congeló cuando vio a Daniela, la secretaria de Mateo, entrar pálida y tambaleándose. Los ojos de Mateo no estaban en Sofía, estaban fijos en Daniela, corriendo hacia ella, ignorando a todos. La atrapó justo cuando iba a caer, y Daniela, con una mano en su vientre, anunció: "Es el bebé... a veces me hace sentir así." La palabra "bebé" resonó en el silencio como un disparo. El mundo de Sofía se derrumbó. Dejó la copa temblorosa y salió, sintiendo las miradas de lástima y burla. Al llegar a casa, Mateo la confrontó, diciendo que fue un error, que la amaba a ella y que se "encargaría" de Daniela. En un arrebato de desesperación, Sofía le mostró su propia prueba de embarazo positiva. La alegría retorcida de Mateo al saber que ella también estaba embarazada fue la gota que derramó el vaso. "No habrá ningún bebé", dijo Sofía, arrojando la prueba al inodoro, decidida a terminar con todo. Mateo no la dejó ir fácilmente; llamó a sus padres, quienes llegaron para manipularla. "Los hombres son hombres", dijo su madre, añadiendo sal a la herida. Su padre la golpeó por "deshonrar" a Mateo. Allí, Sofía lo entendió: no podía seguir siendo la víctima. La guerra apenas comenzaba, y esta vez, ella no perdería.