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Sofía Morales miraba a Pedro alejarse, fingiendo lágrimas que no existían. Por dentro, solo un frío y tranquilo silencio. El show había terminado. "Ya no llores, mi vida", había dicho él, esa voz condescendiente que ahora le revolvía el estómago. Luego, en "El Rey del Taco", Valentina Castillo apareció. Un beso largo, para la cámara. "¡Felicidades a la nueva pareja!" Pedro la miró sobre la multitud, sin culpa, solo fría diversión. Esa noche, la verdad fue cruda y brutal. "¿De verdad pensaste que esto era para siempre, Sofía? El negocio es mío." "¿Y mi trabajo? ¿Mi dinero? Mis recetas...", susurró ella. "Tú fuiste muy ingenua al no firmar ningún papel. Creíste en el amor y esas tonterías. Error tuyo." La dejó allí, humillada, con el olor a grasa fría y traición. ¡Ingenua! ¡Sí, lo había sido! Pero la Sofía que Pedro creía conocer, la chica dulce y enamoradiza, había muerto en ese puesto. En su mano, un cuaderno gastado. La receta de la abuela Elena. El mole prehispánico. Su fuerza. Pedro se quedó con el cascarón. Ella, con el alma. No lloraría por él. Iba a construir su propio imperio. Y lo haría sobre las ruinas del de él. La venganza se serviría en un taco. Y el suyo llevaría el sabor de un mole ancestral.