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Diez años de matrimonio. Diez años construyendo un hogar, un sueño, sacrificando mis joyas para comprarle su traje de charro. Pero la noche de nuestro décimo aniversario, él regresó. Su aliento olía a tequila. Su ropa, a un perfume de mujer que no era el mío: Ximena. Mi corazón se hizo pedazos al verlo arrastrarla bajo la lluvia, consolándola después de que ella, con su drama de víctima, casi se lanzó a los coches. "Casi se avienta a los coches por tu culpa", me gritó él, culpándome por su "accidente". ¡Su accidente! ¡Yo soy la traicionada! Fui al hospital, buscando el rastro de su farsa, y allí, entre sus pertenencias, encontré la tableta "rota". En ella, mensajes de meses atrás con Ximena. "Mi amor, ¿cuándo le dirás a tu esposa lo nuestro?". "Ella es solo costumbre". Descubrí un saldo de millones en su cuenta secreta. ¡Millones! Mientras yo vendía mis joyas por nuestro futuro, él era un magnate disfrazado de mariachi humilde. La farsa era tan profunda que mi cuerpo colapsó. Me desmayé. Pero al despertar, una profunda calma me invadió. En los brazos de Miguel Ángel, supe que mi historia debía tener un final diferente. Un final donde yo no era la víctima, sino la arquitecta de mi propio destino.