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Era una noche como cualquier otra, o eso parecía, Ricardo estaba de viaje de trabajo y yo en casa, esperándolo. Pero una foto en su Instagram lo cambió todo: Ricardo, sonriendo como nunca, cocinando mole poblano en un rancho rústico, con Ximena, su asistente, mirándolo con adoración. La descripción fue un puñal: "Nada como el mole poblano hecho en casa, en el rancho, con la mejor compañía. #Amor". Ricardo, quien odiaba cocinar en casa y se negaba a hacerlo para mí en siete años de relación. Yo, que sacrifiqué mi sueño y mis ahorros para construir su imperio, mientras él disfrutaba de un "viaje de trabajo" con "la mejor compañía" en el rancho de ella. Un simple "Me Gusta" a su foto desató su furia. Me despidió públicamente de la empresa que levantamos juntos, me humilló frente a mis empleados, y me engañó para firmar los papeles del divorcio, dejándome sin nada. ¿Cómo pude ser tan ciega, tan estúpida, para no ver la traición que se cocinaba a fuego lento? ¿Cómo él, el hombre que amaba, pudo destruir mi vida con tanta frialdad y cálculo? En ese momento de dolor y claridad, tomé una decisión: no importaba lo que hubiera perdido, recuperaría lo que realmente valía. Dejaría la Ciudad de México y me iría a Oaxaca, para reconstruirme y crear mi propio imperio.