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Un dolor de cabeza punzante me despertó, pero no era un dolor cualquiera. Se sentía como si algo dentro de mi cráneo se estuviera reorganizando, y entonces lo vi: números flotando sobre la cabeza de las personas. Mi mayordomo, Alfredo, tenía un 85, señal de lealtad. Pero el "0" que vi sobre el nombre de Camila, mi prometida por diez años, me heló la sangre. Justo cuando intentaba asimilarlo, ella me llamó, con la voz histérica, diciendo que sus "padres adoptivos" la habían echado a la calle y que no tenían a dónde ir. Corrí a auxiliarla, como siempre, pero al llegar a su apartamento, escuché su voz. "Es un idiota. Le pagué a esa actriz (la 'abuela' enferma) lo suficiente. Se lo tragará como siempre." Y lo peor: un beso. Un beso apasionado entre Camila y Mateo, su supuesto hermano. Mi mundo se hizo añicos; fui el tonto, el cajero automático con sentimientos. Diez años de mi vida, de mi amor, de mi dinero, ¡una farsa! La rabia me consumió, borrando cualquier duda. Ya no habría más Ricardo el ingenuo. Ahora, la venganza sería mi nueva prometida, y ellos pagarían cada centavo. La caída de la falsa princesa iba a ser espectacular, y yo estaría en primera fila.