/0/17518/coverbig.jpg?v=4badce922349f59ddc5a42460f89c8d8)
El olor a cempasúchil y copal en el aire debía ser festivo, pero para mí se sentía como un presagio. En el festival de Día de Muertos de mi hija, creía ser una esposa feliz, una restauradora de arte que había elegido una vida sencilla con el hombre que amaba. Entonces lo vi. Mi esposo, Iván, no solo estaba allí sino que posaba como un padre de familia con su joven interna, Scarlett, y su hijo. Mi corazón se hizo pedazos al instante. Intenté ignorarlo, pero la humillación pública apenas acababa de empezar. En un juego de costales, Scarlett me hizo tropezar deliberadamente, y ante los ojos de todos, Iván la ayudó a ella, me acusó de hacer trampa y consiguió mi descalificación. La gente a nuestro alrededor murmuraba, elogiando su "amabilidad" con su empleada y tildándome de "torpe esposa". Esa noche, mientras mi hija Luciana ardía en fiebre, incapaz de conducirla al hospital por mi tobillo lesionado, llamé a Iván. Fríamente, me dijo que Luciana era solo una excusa para "llamar la atención", que antes de ayudarme, debía disculparme con Scarlett, quien "había llorado todo el camino a casa". Escuché la voz melosa de Scarlett de fondo, llamándolo "cariño" y pidiéndole que le diera la cena a su hijo. Iván, con una ternura que nunca me había mostrado, le respondió con amor antes de volver a mí con una voz de acero: "Tengo cosas más importantes que hacer. Ocúpate de tus propios problemas". Me colgó. ¿Cómo pude ser tan ciega? ¿Cómo pude no ver que mi propia vida se desmoronaba mientras él construía otra, paralela, con otra mujer y un hijo? En ese momento, el amor que sentía por Iván murió, ¡y en su lugar nació una fría y dura resolución!