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Sevilla entera susurraba sobre el ultimátum: el magnate del aceite de oliva, Don Alejandro, exigía que mi marido, Javier, me entregara. Si no lo hacía, destruiría su carrera de torero y la ganadería familiar. Javier, el hombre que juró amarme, no vaciló ni un segundo para enviarme, un sacrificio necesario para su legado. En mi vida pasada, rogué, supliqué, le recordé al hijo que llevaba en mi vientre. Pero él solo me miraba con fría indiferencia. Catalina, su amante, se ofreció a ir en mi lugar, y al volver, se quitó la vida, un informe médico reveló que también estaba embarazada. Javier, consumido por una rabia oculta, esperó hasta que di a luz. Luego, en un acto de locura, provocó un "trágico accidente" que mató a nuestro recién nacido, culpándome de la muerte de Catalina y condenándome a una vida infernal que acabó con mi propia muerte. ¿Por qué hizo esto? ¿Por qué tanto odio y crueldad? Pero he renacido, y esta vez, con los recuerdos de esa vida grabados a fuego, conozco el futuro. Así que, cuando Javier me comunicó la noticia, en lugar de luchar, simplemente asentí. Esta vez, no lucharía; esta vez, les daría exactamente lo que querían, y mucho más.