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Era nuestro quinto aniversario, mi embarazo de tres meses me llenaba de una felicidad infinita junto a Javier, el hombre que había elegido, en nuestra casa con aroma a azahar. Pero el dulce aroma se convirtió en la acidez de la traición cuando un dolor agudo me dobló en dos, y la sangre en mi ropa interior decretó un aborto espontáneo. Al ver los restos amargos en la taza de té y encontrar el chat de Javier con su ex, Isabella, descubrí la horrible verdad: él me había envenenado para eliminar a nuestro hijo, una "prueba de amor" para ella. La noticia fulminó a mi padre con un infarto y dejó a mi madre en coma, todo en un solo día, mientras Javier, sin remordimiento, lo llamaba un "sacrificio necesario" por un "amor superior". ¿Sacrificio? ¿Nobleza? ¿Cómo podía el hombre que prometió protegerme reducir mi vida a escombros, asesinándome el alma y la familia por una mentira, para luego negarse al divorcio y culparme de todo? Con mi corazón hecho pedazos pero la mirada seca, me juré a mí misma que este hombre pagaría por cada lágrima y cada vida arrebatada, comenzando así mi guerra por la justicia.