/0/17083/coverbig.jpg?v=135a94b7fd0ae84a71a707ec305fdc2e)
Mateo, mi prometido, sostenía con aire posesivo los boletos y documentos de nuestra beca para España, un pasaporte a una vida soñada. En la polvorienta terminal de autobuses de nuestro pueblo, el motor rugía impaciente; estábamos a punto de partir hacia Ciudad de México, el inicio de todo. Pero su mandíbula tensa y su firme "Isabela no ha llegado" no fueron una espera inocua. La visión de sus manos apretando mi cuello, hasta que el aire se convirtió en un lujo, me asaltó, tan vívida como el infierno que ya conocía. En mi vida anterior, esa fue mi noche de bodas, cuando Mateo me estranguló, sus ojos llenos de un odio incomprensible, culpándome por la vida miserable de Isabela, su "verdadero amor". Por su capricho de esperarla, perdí el autobús, la beca, el futuro y, finalmente, la vida misma. Ahora, con el recuerdo de la muerte todavía frío en mi piel, la injusticia me quemaba. ¿Cómo pude rogarle, llorar y suplicarle entonces? ¿Cómo permití que un hombre tan retorcido, cuya familia manipulaba mi herencia, controlara mi destino y me llevara a la tumba? Pero he renacido. Y esta vez, no soy la Sofía de antes. Solté su mano, un contacto que ahora me quemaba. "Entonces, espérala tú", le dije, mi voz tranquila, vacía de histeria. "Yo voy a subir a ese autobús. Tú puedes quedarte aquí con tu amada Isabela." El primer paso de mi venganza acababa de comenzar.