El sol comenzaba a descender sobre el campo, tiñendo el cielo de tonos dorados y anaranjados. Valentina, una mujer del campo con una vida sencilla y un corazón lleno de sueños, caminaba con una cesta de mimbre hacia el lugar donde su pareja, Tomás, trabajaba en los cultivos. A pesar de la calidez del día, había un nudo en su estómago que no podía explicar.
Mientras se acercaba, Valentina pensó en la rutina que compartían. Las risas durante la cena, las largas caminatas al atardecer y los planes de futuro que parecían tan claros. Sin embargo, al llegar, se encontró con una escena inesperada.
Allí estaba Alejandro, un joven nuevo en el pueblo, ayudando a Tomás. Tenía una mirada intensa que parecía absorber toda la luz del sol. Cuando sus ojos se encontraron, Valentina sintió como si el tiempo se detuviera. Había algo en su mirada que la cautivó; era una mezcla de curiosidad y complicidad que nunca había experimentado antes.
Trató de desviar la mirada, recordándose a sí misma que tenía pareja. "No puede ser nada", pensó. Pero esa sensación desconocida persistía, como un susurro en su mente que la invitaba a explorar lo prohibido. Era un sentimiento extraño y confuso; algo tan ajeno a su vida cotidiana.
Mientras servía el almuerzo a Tomás, su mente divagaba hacia Alejandro. ¿Por qué sus ojos la habían afectado tanto? ¿Por qué sentía esa chispa de emoción al pensar en él? Se forzó a concentrarse en la conversación trivial entre Tomás y Alejandro, pero cada risa y cada palabra parecía multiplicar esa conexión inexplicable.
Tomás notó su distracción y le preguntó si estaba bien. Valentina sonrió forzadamente, intentando ocultar el torbellino de emociones dentro de ella. "Solo estoy cansada", respondió, pero sabía que había más en juego.
El almuerzo transcurrió entre risas y charlas despreocupadas, pero Valentina sentía que había una sombra entre ellos: un secreto que no podía compartir ni siquiera con su pareja. Cada vez que miraba a Alejandro, su corazón latía más rápido y sus pensamientos se volvían caóticos.
Al finalizar el almuerzo, Alejandro se acercó para ayudar a recoger los platos. Sus manos rozaron las de Valentina brevemente, como si el destino hubiera decidido jugarles una broma. Ella sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo y se sonrojó al notar cómo él sonreía levemente.
Con cada segundo que pasaba junto a él, Valentina se daba cuenta de que esa conexión era más fuerte de lo que había imaginado. Sin embargo, luchaba contra esos sentimientos con todas sus fuerzas; no podía permitir que nada interfiriera en su relación con Tomás.
Mientras regresaba a casa esa tarde con el corazón agitado y la mente llena de preguntas sin respuesta, supo que aquel encuentro había cambiado algo dentro de ella. La vida sencilla y predecible que había llevado hasta entonces ya no parecía suficiente.
Los días transcurrieron como un río apacible, pero en el corazón de Valentina, había una tormenta. Se esforzó por evitar el campo donde Tomás trabajaba, convencida de que alejarse de Alejandro era la única manera de recuperar su paz interior. Sin embargo, cada vez que pensaba en él, una sombra de nostalgia la envolvía. Las risas y las charlas cotidianas con Tomás se sentían vacías. Aunque lo amaba, había algo en su vida que había cambiado irremediablemente. La imagen de Alejandro seguía apareciendo en su mente, como un eco persistente que no podía silenciar. Los días se convirtieron en semanas y Valentina intentó convencerse de que lo olvidaría. Esa conexión inexplicable debía ser solo un capricho pasajero. Finalmente, un día decidió regresar al campo para llevarle el almuerzo a Tomás. Se decía a sí misma que era parte de su rutina, que no había nada de malo en ello. Pero al acercarse al lugar habitual, sintió un nudo en el estómago. La ansiedad la envolvía como una niebla densa. Al llegar, se dio cuenta de que el ambiente era diferente. Tomás estaba trabajando solo, y la ausencia de Alejandro se hacía palpable. Una punzada de decepción atravesó su corazón al no ver ese rostro familiar que había despertado en ella sensaciones tan intensas. Tomás notó su confusión y le explicó que Alejandro ya no estaba allí. "Se enlistó en el servicio militar", dijo con una mezcla de orgullo y tristeza. Valentina sintió cómo su corazón se encogía al escuchar esas palabras. Un vacío se apoderó de ella; la noticia le golpeó como un rayo. "No sabía...", murmuró ella, intentando ocultar la tormenta emocional que se desataba dentro de su pecho. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, sentía cómo los recuerdos del joven volvían a inundar su mente: sus ojos cautivadores, esa chispa instantánea entre ellos y la conexión que parecía trascender lo todo. Valentina sonrió forzadamente mientras Tomás hablaba sobre los planes futuros del joven, pero cada palabra resonaba como un eco vacío en su corazón. El amor por Tomás seguía allí, pero había algo más que no podía ignorar: una sensación de pérdida por alguien a quien apenas conocía. A medida que pasaban las horas, Valentina se dio cuenta de que sus sentimientos eran más complejos de lo que había imaginado. No podía permitir que esa confusión dominara su vida; sin embargo, cada rincón del campo parecía recordarle a Alejandro y lo que podría haber sido. Al regresar a casa esa tarde, el sol comenzaba a ocultarse detrás del horizonte. Las sombras comenzaron a alargarse y con ellas también sus pensamientos oscuros. En lo más profundo de su ser sabía que aquel encuentro había despertado algo dentro de ella; algo que no podía ignorar ni enterrar tan fácilmente. El camino hacia casa estaba empedrado con dudas y anhelos reprimidos. ¿Qué habría pasado si Alejandro hubiera permanecido? ¿Por qué esa conexión había sido tan intensa? Mientras las preguntas danzaban en su mente, Valentina entendió que ese capítulo aún no estaba cerrado.