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Naomi Adler trabaja incansablemente para pagar el tratamiento de su madre. Su vida se ha convertido en una rutina agotadora y monótona. Sin embargo, una noche, su mejor amiga la convence de tomarse un descanso y salir a una discoteca para despejar su mente. Allí, Naomi se topa con Silas Marston. Un enigmático y misterioso mafioso con un oscuro secreto sobre su verdadera naturaleza. Sin saber lo peligroso que es, ella se deja llevar por el momento y termina pasando la noche con él. A pesar de que Silas es conocido por su frialdad con los demás, hay algo en Naomi que lo atrae profundamente, y no puede dejar de pensar en ella. Naomi retoma su vida cotidiana sin saber que su encuentro con Silas cambiará su vida para siempre, descubriendo un mundo en donde lo sobrenatural y lo real se entrelazan, y muchos secretos que saldrán a la luz, a la vez que trata de proteger a la pequeña vida que lleva en su vientre.
Naomi.
-¡Naomi! ¡Apúrate y limpia este desastre!
La gerente estaba más enojada que de costumbre. Busqué el trapeador, un bebé había vomitado en una de las mesas para clientes. Muchos se estaban quejando del olor.
Lo hice lo más rápido que pude, quería evitar sermones, y eso que yo era cajera y no de limpieza. Una vez que terminé, la mamá del niño me agradeció y se disculpó por el desastre.
La cafetería Rosas de Cristal era mi lugar de trabajo principal. También tenía otro de medio tiempo para cubrir los gastos de la casa y de mi madre.
-¡¿Será que puedes ser más rápida?! Hay demasiados clientes en la caja -me regañó, haciendo una mueca de fastidio.
Paulina Pérez, una mujer casada a la que su marido probablemente no le dio huevo anoche, tal vez ni siquiera le atraía su propia esposa, con lo descuidada que estaba.
Ese cabello negro enroscado, como si no se hubiera peinado en días, no sonreía, tenía arrugas, entre otras imperfecciones que notaba por lo mal que me trataba.
¿Quién era yo para juzgar? Mis ojeras eran mi peor defecto. Esas seis horas de sueño me estaban afectando.
-Voy, señora.
-Mueve el culo que para eso te pago.
A veces me daban ganas de insultarla, pero no podía arriesgarme a perder mi trabajo, sería difícil conseguir otro. Fui a la caja, había una larga fila, así que suspiré.
-Buen día, señor, ¿qué desea ordenar? -Alcé el mentón.
Me intrigó mucho el cabello de ese hombre, era blanco, se veía muy joven para estar canoso. No me sorprendería que se lo haya pintado.
Me clavó esos azulados ojos, noté que tenía pestañas largas. Fue extraño, una sensación intimidante mejor dicho.
-Un café puro con azúcar -habló, su tono era grueso-. Y un par de galletas.
Cualquiera babearía por él, con lo sexy que le quedaba ese traje negro con corbata y las manos dentro de los bolsillos.
Inhalé hondo y facturé su orden. Fueron las únicas palabras que intercambiamos ese día.
¿Quién diría que el destino de verdad existía?
(...)
Trabajar de siete de la mañana a tres de la tarde, y luego de cuatro de la tarde a ocho de la noche, me estaba consumiendo. Apenas tenía veinticinco años y ya parecía una señora.
Regresé a casa después de terminar mi trabajo de medio tiempo en el bar, abrí la puerta y no vi a Luisa por ningún lado.
Era la vecina, solía pagarle cada semana por cuidar de mi madre cuando yo tenía que trabajar.
-¿Naomi? ¿Eres tú? -Escuché esa voz angelical que me calmaba cuando tenía un mal día.
Fui hacia la sala, mi mamá estaba sentada en la mecedora viendo televisión con hilo y agujas en mano.
Cáncer de mama, una enfermedad con la que estábamos luchando desde hace más de ocho meses y que no dejaba de crecer en mi madre. El tumor era bastante grande y complicado de tratar, lo descubrimos tarde.
Forcé la sonrisa.
-Mamá, tienes que descansar mucho. ¿Qué haces aquí en la sala? -Recogí unas toallas que estaban en el suelo-. ¿Y por qué Luisa no está aquí? ¿Ya comiste? Llegué un poco tarde hoy, habían muchos clientes en el bar.
Ella tenía una pañoleta en su cabeza, pues todo el cabello se le estaba cayendo y decidió raparse. Sus brillantes ojos color miel me vieron, nostálgica.
-Oh, tuvo que irse más temprano, y no te preocupes que ya comí. Recuerda que Luisa también tiene familia -comentó, tejiendo-. Tampoco es bueno que esté todo el día pendiente de mí.
A ella le encantaba tejer en su tiempo libre, ya parecía una abuelita. Sonreí más tranquila porque estaba bien, aunque Luisa se hubiera ido temprano.
-La próxima semana será tu siguiente sesión de quimioterapia -le recordé, a veces se le olvidaban o se hacía la tonta.
-Naomi, te he dicho muchas veces que me dejes así... no quiero que te esfuerces tanto por mí -expresó, arrugando la frente-. Quiero que te enfoques en ti.
-Lo hago porque no quiero perderte, mamá, eres mi mundo entero -resoplé-. Ahora, vamos a tu habitación que ya es tarde.
La ayudé a levantarse, dejó la prenda en la mesa y se puso de pie con dificultad. Las quimios la tenían muy mal, rezaba todas las noches para que aguantara...
Su cuerpo se veía cada vez más débil y eso me apretaba el corazón.
-Ay, hija mía. No te sientas presionada... tú también me preocupas mucho -Hundió las cejas, mirándome a los ojos-. Deberías empezar a buscar un hombre y formar una familia, me haría muy feliz irme y saber que no estarás sola.
Negué con la cabeza, divertida ante su comentario.
-Lo siento, mamá, pero mi prioridad actualmente es usted, así que ya vamos a la cama -reí-. Además, un hombre puede abandonarme, mi madre no.
-Uff, sé sincera y dime ya que eres lesbiana.
Abrí los ojos, estupefacta. La sinceridad de mamá podía superar límites.
-¡Mamá! Por Dios, ¿qué cosas dices?
Ella rio con dificultad.
-Es que hace años que no me presentas a un noviecito.
Tenía razón.
La última vez que estuve con un hombre fue hace como... unos cinco años. Me centré tanto en trabajar para ahorrar y pagar una buena universidad, aunque el cáncer de mi madre nos golpeó duro a las dos.
Ya no me importaban los estudios, solo ayudarla a sobrevivir para estar juntas las dos, como siempre. Éramos un equipo.
-Ya, ya, es hora de dormir -la regañé-. Mañana será otro día.
Se acostó en su cama con mi ayuda, la arropé porque solía darle frío en la madrugada. Había una sola habitación en la casa, ella dormía en una cama individual y yo en otra, así me sentía más aliviada por estar al pendiente.
-Mañana estás libre, ¿no? -preguntó.
-Sí.
-Diviértete, hija. Sé que Malena ha querido salir contigo en cada día libre que tienes -soltó, con una sonrisa enternecedora.
-¿Malena vino a visitarte?
-Oh, viene muy seguido.
-Ella sabe que no tengo tiempo...
Bajé la cabeza.
Malena era mi única amiga, nos conocimos en la secundaria y vivíamos en el mismo barrio. Ella se llevaba de maravilla con mamá.
-Claro que tienes tiempo. Por ejemplo, mañana -Me vio con picardía.
-¿Estás obligándome a salir? -Alcé una ceja, divertida.
-Así es. Y como tu madre, te lo ordeno -Asintió.
Justamente, Malena me estaba llamando. Supuse que había acordado algo con mi madre para sacarme de casa, era su costumbre.
-Es ella -le dije, alejándome para contestar-. ¿Hola?
-¡Naomi! Mañana será un gran día, ¿no lo crees? -habló, con entusiasmo en su tono-. Me enteré de que estás libre. ¿Por qué no salimos en la noche? ¡Te enseñaré un lugar que te encantará!
Inhalé hondo.
-Lo siento, pero... -Vi a mi madre, ella hizo una mueca de enojo y cruzó los brazos.
¿Debía aceptar? Si no lo hacía, estaba segura de que mamá me trataría con frialdad durante varios días y no soportaba estar así.
Suspiré.
-¿A dónde iremos? -pregunté, derrotada.
Las dos me habían ganado esa vez. Tuve que rendirme.
-¡No puedo creerlo! ¿De verdad vendrás conmigo? -interrogó, conmocionada.
-Así es.
Pude escuchar el aplauso ligero de mi madre. ¿Para qué tener enemigos si ya estaba ella?
-¡Genial! Pasaré por tu casa mañana a las seis de la tarde. Ponte tu atuendo más sexy porque iremos a cazar hombres con mucho dinero -proclamó.
-¿Hombres? -Fruncí el ceño.
-Es broma. Iremos a bailar y distraer la mente, ¿vale? Prometo que estaré contigo en todo momento -alegó, con la voz chillona por la emoción.
-¿Me llevarás a un club nocturno?
Mi mamá abrió la boca al escucharme.
-Algo así. Una discoteca común y corriente, un poco de bebida, un poco de baile, nada puede salir mal si estás conmigo -corrigió.
-De acuerdo, Malena. Nos vemos mañana.
-¡Buenas noches, Naomi! -Y colgó.
-No sabes lo feliz que me hace saber que has aceptado su invitación por fin, hija -comentó mamá, con los ojos brillosos.
-Tal vez tengas razón y necesito olvidarme un rato del trabajo. Además, Paulina cada día está más insoportable -bufé, quitándome los zapatos.
-Y no lo dudo -Se echó a reír-. Desde que trabajas ahí, esa mujer solo es un dolor de cabeza para ti.
-El peor dolor de cabeza.
Mi madre era como mi mejor amiga. Podía contarle cada cosa que pasaba en mi vida, y no me regañaba o juzgaba. Ella fue padre y madre a la vez, ya que el imbécil ese la abandonó estando embarazada de mí y nunca supe de él.
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