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Entre los secretos de la antigua Grecia, Telefo, hijo perdido de Heracles, emerge entre una maldición de los dioses y la inminente guerra de Troya. Criado por la soledad y marcado por la herida de injusticia.
Era un tiempo impregnado de un presente particular, un tiempo de los últimos, pero también de los primeros para aquellos niños que recorrían el teatro. Este no era cualquier teatro, más bien era el gran lugar de mi pueblo, de mis tiempos a solas, mis tiempos para pensar, o más bien mis tiempos de espera. La espera de que quizás un día se pudiera escuchar eso... ese algo que trae la respuesta silenciosa, quizás el lenguaje de los dioses, el amor invisible o algún secreto difícil de ver, pero aun así más esencial que mi voz al narrar esta historia.
Pero sí... este era mi querido teatro de Argólida, que como nunca y como siempre la gente comenzará a llegar cuando baje el sol del tercer día, y se enciendan los fuegos. Yo era muy joven en aquel tiempo y aun recuerdo aquellos rumores tan espesos, impregnados de tanta espera, era tanto el hambre de escuchar. Algunos buscaron la trampa de la distracción; otros se permitieron escuchar el aire que permite esperar; otros no podían esperar ni el aire, ni el silencio, ni respetar que el tiempo de sus atmosferas.
Muchas esperanzas ya habían desesperado, ardían diferentes búsquedas, aturdidos por el ruido de muchos dioses. La verdad nos visitó... un nuevo suelo para apoyar los pies. La tierra de nuestras almas sintió la lluvia que no logramos ver.
Recuerdo que la ciudad estuvo nublada y con lluvias durante siete días, pero en aquel atardecer de sábado... las nubes desaparecieron dejando un arco iris que se arma detrás del escenario como si el tiempo hubiese preparado su momento.
Es aquí que mi desinteresado llegar temprano, me permitió ver la llegada de aquel que aún le regala quietud a mis sueños. ¿Habrá sido su música, su imagen tan apartada a todo eso que conozco, imagen lejana a lo lejano, una imagen tan real que todo a mi alrededor se volvía un simple espejo?
Tan profundo su silencio que todas mis palabras parecen innecesarias, agradezco que no me miró directo, por que pude haber muerto.
Vi al músico, subir al escenario, él llegó con la mañana y todo el día me quedé viendo cómo limpiaba su lira, la miraba y la miraba, su lira era su amada, el descanso de sus ojos, el sonido en su silencio. Él era el músico, el gran rumor que danzaba por mi pueblo, era él la espera de mi pueblo, era Él el portador de historias, era Él, pero nadie sabía su nombre. Llegó primero a excepción de mí que lo vi llegar, aun cuando su humildad lo volvía invisible.
La gente iba poblando los espacios para contemplar el arte de hoy. Pero la ceguera, el oído sordo de tener a tanta gente reunida, ahí cuando todos se ponen de acuerdo en un completo desacuerdo, que terminan por gritarle basuras al músico. Músico vestido de harapos que no toca una nota, que sabe ignorar la ignorancia. Ya era mucha la gente, el ruido hambriento de mi pueblo que no paró de descargar su ceguera al único hombre que podía ver.
El músico entendido como su mirada, cerró sus ojos y levantó su cabeza. Y es ahí que el silencio reposaba sobre el lugar con mucha densidad, casi era posible tocarlo o verlo. Pasaron apenas unos segundos en los que las personas esperaron a que comenzara el espectáculo, pero no sucedía nada. Era extraño, pero nadie se animó a decir una sola palabra, ni el más mínimo murmullo.
El silencio se extendió por unos largos minutos, y el hombre ahí... de pie y con sus ojos cerrados.
-Estás aquí-dijo mientras respira profundo.
Recuerdo bien claro que una persona a lo lejos estuvo a punto de pronunciar una palabra, pero él, aún con sus ojos cerrados la señaló con un gesto de silencio. Muchos en el lugar se asombraron al ver que podía ver sin mirar. El silencio finalizó cuando una anciana con un libro cruzó por delante del hombre. Nadie la vio llegar, nadie la vio venir, nadie la vio. Pero el músico al fin abre sus ojos y contempla a la anciana.
- Lo sé, es usted - pronunció sus palabras tan maravillado que su corazón permitió asomar unas lágrimas que nunca terminaron de deslizar por la mejilla. La anciana sonrió y tomó asiento.
Las personas no lograban comprender, solo decían que esa era la mujer que vive en todas partes y en ningún lugar, solo decían que es la loca del pueblo, que deambula por los bosques, y que dice que los dioses no existen. Otros aseguraban que esa mujer era pura mentira. En fin, era un imperfecto coro de perros ignorantes, que ladraban por ladrar.
El músico muy sabio tomó su lira y todo el mundo dejó de gritar, y luego dijo:
-¿Alguien ve a la anciana? - preguntó señalando el lugar donde estaba sentada.
Pero ya no estaba, nadie la vio irse, nadie la vio pararse, nadie comprendía. Algunos transpiraban por los últimos rayos de aquel sol que no mostraba su cara hacía tiempo, y otros transpiraban de los nervios.
-¿Dónde está? ¿A dónde fue? ¿De dónde vino? ¿Cómo hizo? ¿Quién es? -Preguntas de todo tipo surgían como murmullos incansables-
Su lira comenzó a sonar, y los comentarios poco a poco iban cesando, hasta que se pudo escuchar solo su lira y el músico comenzó a cantar:
-Hay cosas que se revelan en el silencio, en tiempos que no son nuestros.
Una y otra vez con distintos tonos, distintos volúmenes, una canción muy simple, pero por momentos las personas sentían ganas de saltar.
El músico comenzó a cantar una historia, sobre una guerra invisible.
-Era el viento entre los árboles, la guerra exhala esperanzas de paz .
Cuando algunos observan el futuro con confianza, entrenados por antiguas derrotas.
Donde muerte se convertía en vida, porque el Reino descendió en forma de paloma.
La batalla terminó en victoria, pero no todos atendieron a la voz del viento.
Por gracia siempre faltará un instante para una nueva oportunidad, una nueva vida.
Antes de la tierra, antes del tiempo, en estos dos reinos de muerte y la vida. No existían hombres para que existiera conciencia de el bien o el mal.
El tiempo aún era lo suficientemente joven, pero ya existía la Justicia, pero el poder que hoy me inspira ya existía. Un príncipe de un reino, no era príncipe era rey y se volvió esclavo y enseñó aquello que es primero, lo que el trono no enseña a los reyes.
El reino esclavo siempre supo que era inocente, con su inocencia pagada a sangre y el temor dio a luz a la sabiduría y con ésta se creó lo primero. Un lugar donde habitaba todo tipo de inteligencias, todo tipo de espíritus, diferentes fuegos y un río que nunca deja de fluir. Bosques y frutos, todo un mar de estrellas conectadas a la vid verdadera.
Los primeros en pensar las cosas fueron siete espíritus hermanos, el primero pensó en el fuego y concentró toda su voluntad en una esfera, y he aquí que nació el primer sol, el primer amanecer y un primer día, pero esto no bastó y creó aquel profundo océano de estrellas. Aquel espíritu adoptó forma de ave, que muere y vuelve a nacer de sus cenizas para volver a morir y así sabe de la muerte más que cualquier otro inmortal. El segundo espíritu pensó en el agua y esta nació, este espíritu aprendió a cambiar de forma, ser fino y ancho al mismo tiempo. El tiempo es el tercer espíritu, más poderoso que todos sus hermanos y él mismo reposa en su mano, puede devorarlo todo, puede hacer todo lo pensado, excepto caminar hacia atrás. El cuarto es el sonido, conocedor de la música eterna, aquella que ni su hermano el tiempo podría enfrentar. El quinto hermano es la piedra y los espejos, los diamantes y el barro; el artista, el principal heredero de la inocencia. El sexto es el color, el único conocedor de los secretos de la belleza verdadera. Y el séptimo es el silencio, donde se guardan los secretos eternos.
El relato era adornado con profundidad nacida en sentir lo que se dice, como si él fuese parte, como si él viviera aquel relato. Sus últimas palabras fueron que en aquel lugar habitan los .., los que nunca pudo terminar de pronunciar.
La ignorancia, la necedad de la gente de este pueblo lo interrumpió, con un golpe en el rostro. Yo no entendí, y quizás nadie me explique porqué mi pueblo le gritó pagano al músico.
Lucia Meller es mi vida, me enseño amar, me enseñó a adorarla, me mostró el mundo de forma diferente, le di todo lo que la vida me ofrecía, y se ha ido; se llevó mi vida, mi amor, dejándome el corazón y el alma hecha pedazos. Ahora me duele respirar, me duele amar, me duele la vida. La quiero, jamás podré volver amar a alguien como la ame a ella; la quiero de vuelta, la quiero conmigo, a mi lado donde pertenece; pero por más que la busco no la encuentro, es como si la vida me la hubiera arrebatado y eso me duele, ella me enseñó que se puede matar a un hombre, aunque se conserve la vida, sin embargo, me canse, no puedo llorar por alguien que no me quiere amar y aunque duele, hoy después de casi dos años le digo adiós a mi sirena; después de todo soy Gabriel Ziegermman. Un año desde que me aparte de Gabriel y mi vida dio un giro de ciento ochenta grados, amar a ese hombre es lo mejor que me ha pasado en la vida, a él le debo el hecho que hoy esté viva y tener a mi lado a mi mayor tesoro, él me enseñó que lo que se desea con el alma se obtiene, pero también me enseñó que amar duele, que su amor duele, a él le debo el dolor más grande, porque dejo de amarme, no fui suficiente para él, me enseñó que su madre, su exnovia y su destino no están conmigo, y aun así lo quiero de vuelta, sé que sus prioridades cambiaron; yo solo pedía una verdad sin embargo él prefirió engañarme y dejarme.Lo quiero olvidar y lo quiero conmigo, aunque no se lo merezca, pero como hago si amar ese hombre es mi arte. Ahora estoy de vuelta y lo único que quiero es tenerlo a kilómetros de distancia, porque me enseñó que yo también tengo derecho a cambiar mis prioridades. Novela registrada N ISBN 978-958-49-7259-0 Está prohibida su adaptación o distribución sin autorización de su autor. Todos los derechos reservados all rights reserved
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