Instalar APP HOT
Inicio / Romance / La oscura pasión del CEO
La oscura pasión del CEO

La oscura pasión del CEO

5.0
9 Capítulo
270 Vistas
Leer ahora

Acerca de

Contenido

Sabía que me llamaba Alessandra, y poco más, pues había perdido mis recuerdos hasta los 21 luego de un accidente. Al no tener memoria, hacía las cosas desde cero, amigos, rutinas, estudios, todo y era feliz tomándome las cosas con calma. Hasta que mi padre aprovechó mi lealtad y amor hacia él y lo reemplazó por absoluta obediencia, hasta el punto de entregarme en matrimonio con un total desconocido, dominante y arrogante para no ir a la quiebra. Yo era la moneda de cambio para poder pagar las deudas de mi padre y rehacer su vida con su nueva familia a cambio de mi felicidad. Aunque mi esposo era atractivo como para entregarle mi vida entera, tenía esos demonios internos que lo llevaban a pisotear cuanto acto bueno hiciera. Estaba manos de quien pertenecía a lo que yo llamaba una mafia irlandesa del Atlántico Norte. Había sido manipulada a aceptar entrar a una trampa, sin embargo, era demasiado tarde para rebelarme. Ahora no había forma de salir.

Capítulo 1 Tienes todo de mí

Estaba cansada de mi familia, para variar, pero esto había rebasado los límites. La discusión de esta mañana me había asfixiado, mi garganta se había cerrado y no había vuelta atrás. Odié cada segundo en que las palabras de mi padre volvían a mi mente; hacerle honor a la familia. Bueno, él parecía ignorarme pero lo sabía en el fondo, yo odiaba ser un Moretti. Éramos lo que se decía dinero viejo.

Mi padre, Giorgio Moretti, había tomado posesión de su herencia millonaria y había creado hospitales, uno tras otro, haciendo crecer nuestro patrimonio. Cuando era niña me gustaba imaginar que él lo hacía porque le gustaba ser héroe y salvar personas. Lego, cuando llegué a la adolescencia, me dijo que no le gustaba la palabra salvar, sonaba a caridad, le llamaba arreglar personas. Por supuesto, no entendí la frase hasta que me vi obligada a trabajar con él en el hospital principal en Italia, San Luca di Roma desde que me hice residente de medicina.

Al principio, trabajaba largas horas solo para que él estuviera orgulloso de mi, más tarde, lo hacía solo por estar el menor tiempo posible en casa. Todo fue peor cuando decidió emigrar al norte y llevarme con él. Según su razonamiento, debíamos movernos en familia. Ahí comenzó la desgracia.

Mi madre murió en un accidente de tránsito, llevándose consigo a mi hermana nonata. Mi padre se volvió a casar con Laura Bianchi, la que obviamente era una arpía succionadora de dinero, la actual señora Moretti, quien se había agarrado a él con uñas y dientes al darle un hijo. No tenía nada en contra del pequeño, pero no podía sentir algo lindo por un niño cuya madre había sido la causa de muerte de la mía. Básicamente, Laura era el estereotipo de madrastra de miedo de los animados.

Mi padre se había hecho de alguna forma amigo de la que provocó el choque, refugiándose en un supuesto dolor y terminaron encontrándose tan a menudo que se enamoraron. Me daba escalofríos solo de pensarlo. Entonces, cada día mi vida iba a peor. Esa señora obviamente me odiaba y como era mutuo, no podíamos convivir en paz. Pero yo seguí siendo la hija tonta que pensaba quedarse para que esa mujer no acabara con el dinero de mi padre, así que me acostumbré a ser la obediente, la sumisa. Y odiaba eso también de mí.

Hasta mi único novio había sido impuesto por él. Claro, el chico me llegó a gustar, pero eso no quitaba la ser obligada a aguantar a alguien desconocido por el bien del negocio familiar. Parecía que me estaba vendiendo.

Queriendo no pensar más en mi desastre de vida, me fui al trabajo después de tomar mi bolso de mano y aventar la puerta infantilmente. Al llegar, saludé con lo que pensé que fue mi mejor sonrisa fingida y entré rápidamente a mi oficina para prepararme para el agotador día.

Miré mi móvil que había sonado con varias notificaciones mientras conducía mi auto. Sonreí. Mi mejor amiga, Ámbar, bueno, una de ellas, había escrito en el momento preciso. Antes de que me estallara la cabeza.

"¿Qué tal, Ale? ¿Cómo estás? Me tienes abandonada. ¿Podemos vernos hoy? Estoy aburrida de tanto trabajo."

Amaba la capacidad de mi amiga para hacerme ir a fiestas el día en que peor me sentía. Esa había sido nuestra promesa, no importara el día, si una se sentía querer morir, iríamos a divertirnos.

En estos momentos, tener amigas era oro puro en las manos. A pesar de que yo no fuera un modelo de personalidad amable con ella ni con nadie. Ambas me soportaban y no pedían cambiarme.

A nuestro grupo de dos se unió Vianca mas tarde, cuando comencé a trabajar en el nuevo hospital de papa. Y debo decir que ellas me complementaban, ambas divertidas, extrovertidas y siempre optimistas. Les gusta cuando me incitan a hacer lo contrario a lo que mi padre me ordena y más aún cuando no lo hago.

Ámbar trabajaba como periodista en una revista de moda. Siempre tiene alguna anécdota que contar, algún chisme de farándula que compartir o algún plan que proponer. La adoro como si fuese mi hermana.

Me tomó un tiempo organizar mis cosas antes de responderle:

"Estoy no tan bien, Ámbar. Yo también te echo de menos. Claro que podemos vernos. ¿A qué hora y dónde? Besos."

Ámbar contestó al instante:

"Genial, Ale. Pues a las ocho, en el café de siempre. Te espero. Besos."

Odiaba que me dijese Ale y lo sabía, lo hacía por fastidiar. Pero se lo dejé pasar porque su frase 'el café de siempre' era el epitome del siglo. El supuesto café era un bar de riquillos como le gustaba decir a Vianca. Tenía entrada limitada y era obviamente, caro y bastante privado. Sin cámaras, con alta seguridad y donde podrías encontrar lo que quisieras con garantía de calidad.

Guardé el móvil tras una respuesta rápida de un emoji de un beso y salí hacia la sala de general en busca de distracción. No quería repetir las palabras de mi padre esta mañana. Me había dejado como tonta boqueando sin saber qué decir, ni como negarme cuando sacaba la bandera del chantaje emocional sobre como la familia es lo primero, o que sin sus sacrificios no tendría las comodidades de las que disfruto o peor, que la familia se ira a la quiebra por mi egoísmo.

Con esa última frase había matado mi interés por rebelarme. ¿Bancarrota? ¿Deudas? Había dicho que estábamos llenas de ellas. Y no tenía conocimiento del porqué.

Por eso decía que los hombres de mi vida me habían decepcionado mucho. Hasta mi medio hermano mayor, nacido de una aventura de mi padre antes de casarse con mi madre.

Alessandri Contti, había adoptado el apellido de su madre, no el Moretti, y había repudiado a nuestra familia cuando tuvo la capacidad de entender por qué no podía vivir con su padre. De niños éramos inseparables, él era mi protector y salvador de pesadillas. De adultos, se había alistado al ejército y se había marchado sin mirar atrás.

Mi padre me estaba obligando a hacer de mi vida por voluntad propia, una miseria que debía durar por años. Todo por mantener su reputación y fortuna. Me estaba vendiendo por última vez. Para rematar, mi novio me había dejado y aquí estaba yo, sin tener el valor de preguntarle las razones. Tenía la vaga certeza de que se trataba de la presión del señor Moretti.

'Maldición' había vuelto a pensar en lo que estuve evitando todo el día. Decepciones una tras otra.

Me dirigí a la sala de residentes, donde se encontré con Vianca, mi otra amiga. Vianca era una chica colombiana, que había emigrado y había conseguido becas para estudiar medicina. Era una residente de pediatría, y tenía un don especial para tratar con los niños. Era una chica dulce, cariñosa y sensible, que siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás. La admiraba.

–¿Ale? Pareces una momia ambulante ¿No has dormido?" – preguntó con una sonrisa sarcástica pero pude ver esos ojos preocupados.

–¡Hola, Via! Gracias por el elogio. Ahora dime que tienes mi vitamina.

Hizo una mueca desagrado, pero se dirigió a la maquina instantánea – ¿Sigues llamando vitamina al café? Esa cosa te va a matar lentamente.

Y por un momento, deseé que se apresurara.

–Y tú sigues diciéndome Ale. Además, el café es lo único que me mantiene despierta y contenta. –di un sorbo al elixir y gemí de placer antes de cambiar el tema sobre mi salud. Los médicos teníamos este trastorno de 'a mí no me pasa nada' que todos ignorábamos. Podíamos reñir a nuestros pacientes por no cuidarse pero cuando se trataba de nosotros, era una conversación perdida.

–Hoy he visto a Elías, el niño que llegó grave, ha mejorado mucho. Me ha pedido que te dé las gracias. Tenías que ver la mirada tan tierna cuando me preguntó por ti. Me ha llenado el alma.

–Me alegro mucho por él. Detesto cuando los padres no hacen seguimiento a la salud de su propia sangre. –por un momento, pensé que me estaba quejando de mi propia vida. Estaba mezclando la realidad de otra persona con la mía. –El chico tenía síntomas claro, anemia, presión arterial alta y antecedentes de fiebre reumática, incluso describió el cansancio después de caminar pocos metros. Joder, que no me hizo falta un estetoscopio para saber qué algo iba mal con él. Temblaba cuando llegó.

–Y por eso eres una de las mejores de este hospital, y lo sabes. El doctor Baron te tiene en alta estima, aunque no te lo diga. –miré a mi amiga como quien tiene dos cabezas más.

–Muy bonito decir eso pero debo discrepar con tu amabilidad. No creo que el doctor Baron me tenga en alta estima. Me pregunto si busca darme miedo para que renuncie por mí misma, conmigo es tan duro, tan exigente, tan... tan... –balbuceé para ser interrumpida.

–Tan guapo. Harías buena pareja con él. –completó Vianca con una sonrisa pícara.

Quedé sin palabras. No podía negar que el doctor Baron era un hombre guapo. Tenía unos treinta y cinco años, era alto, moreno, de ojos verdes y rasgos varoniles. Tenía un cuerpo atlético, que se adivinaba bajo su bata. Tenía una voz grave y seductora, que hacía temblar a cualquiera cuando le hablaba. Pero también tenía un carácter difícil, que le hacía ser arrogante, autoritario y despiadado. No sabía si me atraía o me repelía.

–Vianca, no digas tonterías. El doctor Baron es mi jefe, nada más. No siento nada por él, ni bueno ni malo. Solo respeto y admiración profesional. –me defendí.

–Claro, claro. Eso es lo que tú dices. Pero yo te conozco, Ale. Y sé que hay algo más. Sé que hay una tensión entre vosotros, una chispa, una química. No puedes negarlo, Ale. Estás enamorada del doctor Baron. –me dijo, haciendo que corriera a taparle la boca. El hospital era un caso fácil de chismes y malos entendidos. Si se corría la voz de que tenía algo por el Baron, era probable que no viviera para contarlo. En seguida mi padre le haría despedir, puesto que no quería escándalos en s hospital.

Y que necesitaba que mi matrimonio venidero se realizara sin percances.

¿Enamorada del doctor Baron? ¿Estaba loca Vianca? ¿Cómo podía estar enamorada de un hombre que me trataba con indiferencia, que me hacía sentir insegura y que me intimidaba con su mirada? No, no podía ser. Era imposible. Era absurdo. Era...

–Via, por favor, deja de decir tonterías. ¿Estás loca? No estoy enamorada de Baron, ni de nadie. No tengo tiempo para el amor, ni para el romance. Estoy aquí para trabajar, para aprender, para ser buen médico. Nada más. Así que, por favor, cambia de tema. ¿Qué tal tu novio? ¿Cómo va lo vuestro? –no le pasó desapercibido mi intento de desviar su atención, y por sus ojos súper abiertos, tampoco el que yo dijese que no quería enamorarme. De seguro habría descubierto en mis palabras que 'novio' y 'Landon Smith' era un tema sensible por el momento.

Vianca suspiró. Sabía que no querría hablar de mis sentimientos, que me escondería tras el trabajo, y me negaría a admitir lo que pasaba. Pero también sabía que no podía forzarme, que tenía que respetar mi ritmo, que tenía que esperar. Así que decidió seguirme el juego y obviar su inquietud para nuestra reunión en la noche.

Seguir leyendo
img Ver más comentarios en la APP
MoboReader
Instalar App
icon APP STORE
icon GOOGLE PLAY