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iláctico invadía mi cuerpo por los cacahuates que mi
han no lla
el brazalete vintage Cartier de mi difunta madre -la ún
, solo para descubrir que mi padre me
"Príncipe Durmiente", un hombre del que se ru
endo su mentira de que ella había
salvó hace años. No le import
a en el altar lista para firmar mi sentencia,
etamente despierto, y quer
rdad e irrumpió en la boda suplicando
o propiedad pri
la señora
ítu
ista de Ki
más fuerte que cualquier marea. Jonathan Chávez, el hombre al que amaba más que a mi propia vida, acababa de tritu
tes de volver a casarse; y luego para Jonathan. Siempre Jonathan. Pensé que lo tenía. Pensé que su frialdad era un
Eran de pistache, dijo. Pero vi los sutiles trozos de almendra, triturados y mezclados en el ve
te en su espalda baja, me sonrió. Dijo: "Kiara, no seas dramática
se cerró, no todavía por la alergia, sino por la humillac
rotector que imaginaba que era. No había nada. Solo esa sonrisa arrogante y d
nico arañaba mi garganta, pero Jonathan ya estaba al teléfono, no llamando a emergencias, sino a su asistente,
cuerpo débil. Jonathan no estaba allí. Kenia no
suavemente-. Enviará
ombre al que planeaba pedirle
sta de Beneficencia. Estaba pujando, con la mandíbula tensa por la concentración, los ojos fijos en el escenario. Y entonces lo
s de su muerte, pero luego Débora, mi madrastra, lo convenció de venderlo po
. Mi corazón se elevó momentáneamente. Lo
lo
el de mi abuela, apretado en mi mano. Jonathan estaba junto a los ventanales de piso a techo, co
a caja de Cart
con voz plan
por una esperanza que ahora sabía
en mi mano, luego volvió a mi cara, una l
é es
Así no era como lo había imaginado-. Jonathan, sobre el braz
o casual que des
enia le encantan
re salió de mis pulmones en un
palabra fue a
con un gesto desp
miraba el gusto de tu madre. P
ble de mi madre, un "lindo gesto" para Ken
e construida haciéndose añicos-. Ese brazalete pertenecía a
sonido largo
. Es solo una joya. Kenia es sensi
ra manipuladora que se hacía
a todo. La forma en que siempre se ponía de su lado, siempre racionalizaba su
-, por favor. Dámelo. Te compraré algo a
beza, sus ojos
go agregó-: ¿Por qué estás tan obsesionada c
e posesiones. Se trataba de mi madre, de mí, del valor q
a. Ni siquiera me veía. Yo era solo alguien a quien "domar", una socialité bonita para tener del brazo, un luga
del terremoto que retumbaba dentro de mí-. ¿Eso es lo que s
na ola de molestia
mi mejilla, un gesto de afecto practicado. Pero sus ojos eran fríos, dis
mo veneno. Me aparté,
do áspero y quebradizo que no llegó a mis o
sentía pesado, burlón. El discurso
mente calmada-. Si sales por esa puerta esta noche, hacia d
un sonido
ue me des sermones. -Caminó hacia la puert
ardía. Mi
ido crudo y desesperado-.
za ligeramente. Sus ojos, usualmente ta
Voy a ver a Keni
Cartier, todavía en
li
el vasto y vacío penthouse. No fue un clic. Fue un martillazo a mi corazón.
Comenzó en mis huesos y se extendió, entumeciendo todo. El dolor era
illando bajo los candelabros. Pero represe
iosa, las palabras sabiendo a ceniza en mi
os. Jonathan Chávez, el hombre al que amaba, me había tr
tanto de mi amor, mi esperanza, mis sueños. Cada obra de arte, cada cojín cuid
cción de costosas esculturas de vidrio de una mesa auxiliar. Se estrellaron contra el piso de már
ensordecedor
recuerdo, cada rastro, cada último fragmento de la vi
s mentiras, sus manipulaciones y su falsa inocencia. Había ter
os cimientos. Y luego, r
a salir. Salir de esta
de nuevo. El fuego en mi alma había sido extinguido por la crueldad d
ra del día en que pensó que yo era solo
én. Apenas lo sentí. El entumecimiento era un escudo. Pero la rabia, eso era un arma. Caminé hacia
e mi madre, el que Jonathan no había encontrado, el que tenía sus piezas más senci
ue estaba buscando. El contrato. El que mi padre había mencionado, el acuerdo comercial que podría salvar nuestra emp
adre lo propuso. En ese entonces, era una amenaz
mi mano izquierda. Lo miré, luego lo arrojé sobre su cama perfectamente hechaés, ya estaba impreso en la línea punteada.
su firma. Y yo ob
Aprendería que una mujer despreciada no es un truco de fiesta, sino una fuerza de la naturaleza.
los restos de nuestra vida compartida, luego
r, y hacia un futuro desconocido donde finalmente me pertenecería a mí misma. Presioné el b
omienzo. Un comienzo sangriento, do
un contraste agudo con el fuego que ardía dentro
tarde. Había terminado de ser su pequeña socialité domesticada.
n mi bolsillo. Lo saqué, vi el nombre de Jonathan parpadear en la pantal
impio. Una
s destrozados de Kiara Cortés, la chica fiestera, y abrazando a la mujer que estaba a punto de re
y violenta de que él pagaría por cada lágr
pren
idea de

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