Bruno brillaron con alg
e no apreciaba lo que tenía. Ciertamente no te m
jaro de madera. Su certeza era atractiva, pero también un poco desconcertante. Conocía su j
tando mi cabello. Pasamos por una pequeña feria, con sus luc
ose momentáneamente en un deleite infantil. Señaló un p
azón dio un pequeño vuelco. Eduardo habría pasado de largo, tal vez c
, pero una parte de mí, una pequeña y
ndo un billete nuevo
mio, Alicia.
estómago. Estaba tan concentrado, con el ceño fruncido mientras apuntaba el rifle. Un
a imagen repentina de algo s
para oírme. Disparó, y un pato de plástico se cayó. Soltó un grito
Qué quieres, Alicia? ¿El oso de peluche gi
gando con
algo pequeño
llante y pachoncito, con un solo ojo gr
obablemente podría comprar todos estos premios si quisiera, pero no tiene
de la ciudad que nunca había visto, me llevó a restaurantes de barrio e incluso me convenció de proba
lles que yo había mencionado casualmente meses atrás. Me traía mi café favorito cuando sabía que tenía que empezar temprano. Defendió m
ación llegó un martes, un
, de pie bajo el toldo de mi edificio de apartamentos, agarrando un parag
pregunté, mi voz un
tello blanco e
estar aquí cuando recibieras la noticia -extendió un peque
imilar al que me había ganado en la feria, pero este esta
genuinamente conmovida-. Pero
pensadas. Cosas que demuestren que alguien realmente te ve -se inclinó,
, pero ahora estaba entretejid
bolso y saqué una pequeña grulla de origami intrincadamente doblada. No era mucho
izo. Sus ojos se abrieron de par en par, y una sonr
emocionado que derritió algo apretado dentro de mí-. Al
é, de repente avergonz
considerado. Es personal -la guardó con cuidado en el bolsi
, me invitó a una
arán allí. Incluido Eduardo -sus ojos tenían
ontré deseando que llegara, no por el drama, sino
a. Había optado por un vestido negro simple y elegante, queriendo evitar cualquier atención in
ntí una sensación de pertenencia que no me había dado cuenta de que me faltaba. Encontramos un rincón tranq
omándolo de mis dedos, sus labios rozando los míos por una fracc
encia imponente incluso en medio de la multitud brillante. Y a su lado, riendo
zado durante años. La que sabía que nunca había superado de verdad. Era aún más impresionante en
s como siempre, recorrieron la hab
luego algo más que no pude descifrar. Reconocimiento. Un
en mi mano, levantó la vista. Siguió
Roma -apretó mi mano, luego me acercó más, envolviendo un brazo posesivamente alrededor de mi cintura. Se inc
embargo, no me aparté. Solo observé a Eduardo, sus ojos cl
en el brazo de Bruno, sino en mí. Y por alguna razón, eso hizo que s

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