sta de Elen
uera de los titulares, pero esto era diferente. Cada canal de noticias, cada periódico, gritaba mi nombre. Los secuestradores, una
e Huérfano Salva a la Princesa Tecnológica", pregonaban los titulares. Gregorio, un niño que nadie sabía que existía, de repente era un nombre c
ervicios de bienestar infantil. Cada vez que regresaba, su expresión era un poc
speto, sus manos buscándome. Antes de que pudiera siquiera gritar, Gregorio estaba allí. Se movió como una sombra, rápido y silencioso. Aga
vez, sobre la mano del chico, luego sobre su rodilla. El crujido nauseabundo de los huesos fue un sonido que nunca olvidaría. Lue
escuela semanas después, con el brazo en un cabestrillo, se estremecía visiblemente
deteniéndose demasiado tiempo en mi clavícula. Gregorio, que estaba a solo unos metros de distancia, lo escuchó. Agarró una copa de champán, no por el tallo, sino por el cáliz, y la estrelló contr
í", gruñó, su voz
e protegi
e en la víspera de mi boda, resonaron en mi mente. Había puesto su mano en el hombro de Gregorio, sus
reído, una sonrisa
es, hija mía. Por sie
stente de Karla atr
tás divagan
o en la oficina del Registro Civil, el murmullo distante de voces, la f
más que a su propia vida. Las palabras eran una burla
creado. Le había enviado fotos, cientos de ellas, confiando en él implícitamente. Y él
ra una farsa. Un arma. Una

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