sta de Jime
tas discusiones de mis abuelos. Era un sonido familiar, un eco sordo de mi propia infancia, y aprendí
no despertó una mañana. Un infarto mient
ó al mundo, culpó a los doctores, lo culpó a él por dejarla. Nunca me habló, pero sentí
n roto. La encontré en su mecedora, con una colcha a medio termina
fana por s
os amables, me llevó de regreso a la ciudad. Habían local
padre y una mujer que nunca había visto hablaban en tonos bajos y urgentes con la
lina. Tenía los brazos cruzados con fuerza sobre el pecho. S
na se arrodilló frente a mí, forzando
.. esta es una s
ando mi mirada. Parecía más viejo, más cans
charían de nuevo. Me enviarían a un orfanato con extraños. La i
o a toda prisa-. Sé cocinar. Sé limpiar. P
lá de ella,
Pa
vi nada allí. Ni amor, ni remordim
Mi instinto de supervivencia, perfeccion
bra sabiendo a ceniza en mi boc
nuevo a mí. Una niña pequeña, menuda para su edad, que ya estaba entren
su de
onrisa volviéndose un poco más genuina-. Po
stuve de pie junto a la hija de Catalina, Amalia, que
mí me dieron un colchón delgado en el suelo de su habitación. Amalia consiguió zapatos nuevos para la escuela. Yo her
me miró desde el otro lado de la habitación,
tus verdaderos pap
cí pero no
biando de tema-. Y puedo contarte cuentos
ider -dijo, pareciendo
Estaré aquí si
se la vuelta y d
el desayuno. Era la última en acostarme, después de lavar los platos. Llevaba y traía a Ama
a molestar a Amalia, llamándola por apodos. Yo
dije, mi voz temb
s chicos
ué, n
utal. Terminé con la nariz sangrando y la ca
a suya se contrajo de rabia. No preguntó qué pas
a que eras un problema! ¡Lo sabía! -Me empuj
entonces, atraí
está p
só Catalina, señalándome-. ¡A
la injusticia doliéndome más que
e mi padre
o voló, golpeándome en la mejilla. La fuerza me hizo ca
propias lágrimas-. ¡Está diciendo la verdad! ¡Estaba
mano aún levantada. El rostro de
davía llena de ira-. No debiste sacarla de la es
su cuarto, lanzándome una última mirada de odio por encima del hombro. Me quedé en
Amalia se acercó sigi
ele? -s
lla. Estaba hinc
a -dije, y las pal
e mí. No importaba lo que hiciera. No importaba si era buena o m
inero escaseaba. Catalina y mi padre se sentaron
cuela decente -dijo Catalina, sin siquiera intentar ocul
dre a
ón. Amalia
so de mi propia anulación. Debía quedarme en casa, continuar mi papel de sirvienta y niñera no remun
pizca de culpa. Llegaba a casa de la escuela
, esto es lo que apre
o palabras difíciles de su libro de literatura. Yo era una esponja hambrienta, a
números y las palabras abriéndose ante mí, sentí un destello de algo casi como

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